En el 83 cumpleaños de don Ramón

Ramón del Hoyo López ha sido obispo de Jaén desde 2005 a 2016, once largos años de siembra que aún hoy da sus frutos, lo que ilustra la condición humana de un buen pastor, de un prelado que hizo de la sencillez norma habitual de vida. Cumple 83 años en su tierra, en la castellana y milenaria Burgos, rodeado de su familia y sus amigos y siempre con la mirada puesta en su Jaén del alma. Fue obispo de Cuenca antes de venir al viejo Santo Reino (qué ironía del destino para el político Gabino Puche que dijo entonces, cuando lo descabalgaban y lo obligaban a irse a Madrid cuando él ‘reinaba’ en Sevilla, que “antes que ir al Congreso, soy obispo de Cuenca”) y en nuestra tierra ha dejado una estela de bonhomía fuera de lo común. Sus relaciones con las instituciones públicas tuvieron una normalidad llamativa, podría decirse también que ejemplar y de la mano de corporaciones privadas y de savia jaenera culmen, como la Caja Rural, rescató del olvido y la ruina el innumerable patrimonio arquitectónico, cultural y religioso de la Diócesis de Jaén. Ramón del Hoyo, don Ramón, no deja escapar ocasión de venir a Jaén, desde el respeto y consideración a sus sucesores al frente de Obispado, porque además de la encomienda canónica en el fomento de las verdades de la fe, el obispo emérito ha sido y es un profundo conocedor de los entresijos de nuestra Iglesia y sus cuitas también, que no pocos problemas hubo de afrontar, puesto que ese sillón aunque suene a divino es muy terrenal y a veces sorprendentemente espinoso. Esta Semana Santa estuvo en la misa Crismal, invitado por el nuevo obispo, monseñor Chico, y su antigua Diócesis suele recordarle y lo llama para que siga irradiando sabiduría, como pasó, verbigracia, con los oficios en las Dominicas de Alcalá la Real. Humano y comprensivo con quienes no están en comunión, ha hecho del ecumenismo seña de identidad para los hombres y mujeres que nacen bajo un mismo cielo y hasta permite que un cronista como el que les escribe sea su amigo. Don Ramón, tan nuestro y querido, ha dejado escrito que quiere vivir eternamente en la Catedral de Jaén, junto al Santo Rostro.

Génave rinde hoy homenaje a uno de sus hijos más insustituibles, quien hizo del vivir serrano algo más que una forma de encarar los tiempos, al estudiar y ensalzar todo lo único e irrepetible de Segura entera. Faustino Idáñez de Aguilar es imprescindible para Jaén porque entregó su vida a dar a conocer nuestros tesoros, fuesen el habla serrana, el folclore popular o los bienes patrimoniales del nordeste andaluz. Varias veces licenciado, junto con personas como Esteban Ramírez o Luis Parra, conforman la mesa camilla que le dio dignidad y orgullo a una comarca olvidada de siempre, Segura.