Un gol en propia meta

    16 dic 2025 / 08:32 H.
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    A estas alturas del partido, ya no importa que el gol de la victoria sea fruto de un fuera de juego clarísimo. Mañana se hablará mucho del fallo del árbitro. Muchísimo. Y pasado mañana y traspasado mañana. Pero, en cuanto se reanude la competición, el contador de despropósitos se pondrá de nuevo a cero y los tres puntos obtenidos de manera fraudulenta ya nadie podrá quitarlos del casillero. Una espalda ancha para soportar la sorna durante el café junto a los compañeros y compañeras, eso es todo lo que hace falta. Y paciencia para devolver las mismas bromas, porque en todas partes se cuecen habas. Insisto, paciencia, paciencia a raudales porque, en el caso que nos ocupa, el delantero no estaba apenas unos centímetros por delante de su defensor, eran varios metros, como catorce o quince. Y cualquier referencia a un pifio protagonizado por otro contrincante únicamente va a servir para agrandar el espejo en el que se ha de mirar uno mismo.

    Se han dicho muchas cosas contra García Page o Eduardo Madina. Durante algún tiempo, cuando todavía no se sabía lo de Ábalos y Cerdán y la tramitación de la ley de amnistía mantenía tranquilo —o distraído— a Puigdemont, con una inquina muy similar a la que se suele emplear con los adversarios. Después, tras la irrupción de esos escándalos y de golpe y porrazo, se instauró una suerte de arte, porque resulta muy difícil discutir lo indiscutible, negar una mancha que todo el mundo ve. Y, en esas lides, para mostrar su disconformidad hacia determinadas declaraciones, incluso hemos visto a algunos ministros tirar de escudo para armar su argumento, besarlo con una intensidad inusitada, como si ahí radicara la honradez de una formación política y el bien de todos.

    Se han dicho muchas cosas contra García Page y Eduardo Madina, y contra Juan Lobato, Susana Díaz, Javier Lambán, Tomás Gómez, Javier Fernández, Elena Valenciano, Carmen Calvo, Adriana Lastra, Ignacio Urquizu, ¡Iván redondo!, Arancha González Laya, Jordi Sevilla y contra cualquiera que no haya comulgado con los dictámenes de Sánchez. Una purga en el corazón de un partido democrático en aras de un solo destino y de una sola idea y que, ahora, a poco que el aparato se empeñe en ganar el pulso —y en imponer el discurso—, puede dejar al PSOE en manos de Óscar Puente u Óscar López, dos mantas sin parangón —y sin gracia—.

    Hay un mantra: la militancia es la verdadera dueña del futuro del partido. Y hay un mecanismo: las primarias, que a priori posibilita lo primero. Lo confieso: nunca he entrado a una Casa del Pueblo; sé que en algunas sirven cerveza y vino a precios más reducidos que en los bares convencionales, pero nunca he entrado y, por tanto, conforma un absoluto atrevimiento jugar a imaginar lo que allí parlamentan los militantes de a pie, pero barrunto que, puestos en faena y con la libertad que confieren dos o tres lingotazos, algunos habrán expresado la estrambótica idea de sacar a un Joselu al campo, aunque ello implique sentar en el banquillo a la estrella del equipo.

    No sé si el resto de formaciones desprecian con tanto ahínco a la cantera. El de enfrente, por poner un ejemplo, ni siquiera invita a Pablo Casado a los actos en los que congrega al resto de personas que, como él, han presidido en algún momento el partido. Y no culpo ni señalo a los que hoy ostentan un escaño u otro cargo de relevancia en el PSOE: tienen algo que perder, probablemente, lo mejor que han tenido en su vida laboral. Pero me extraña el silencio de las bases, que ningún aficionado, en el minuto 90 y con dos o tres goles en contra, no pregunte en la Casa del Pueblo dónde está Felipe Sicilia, el jiennense que parecía predestinado a suceder a Juan Espadas y que, finalmente, fue condenado al mayor de los ostracismos; o dónde está Ángela Férriz, otra jiennense de pro y exenta de la sucia mochila con la que carga María Jesús Montero. Y, sobre todo, qué hace Eduardo Madina que no calienta ya en la banda. La goleada puede ser antológica, un gol en propia meta a izquierda y derecha.

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