No sé lo que me digo

    02 dic 2025 / 08:41 H.
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    Los besos que escribimos no tienen lengua. Ni siquiera los que vienen a cerrar una nota que advierte de una mañana sin café. Estoy viendo uno aquí, sobre la mesa y haciendo eso, apuntalando una serie de carencias domésticas: suavizante, servilletas, azúcar y café y, después de un buen rato de estudio, todo el significado que le hallo se circunscribe a lo ceremonioso, como los “atentamente” que se suelen emplear para finalizar los requerimientos. Y a este beso en concreto lo reconozco, quiero decir que sé de qué labios —teóricos— proviene, qué manos lo han escrito y su magnánima capacidad para transformarse en uno de esos otros besos que “valen por toda la química de las farmacias” —como canta Zenet—. Pero, ojo, está bien así. No me quejo, peor sería un “hasta luego”, un “nos vemos”, un “cuídate” o un tristísimo “adiós”. Me limito a constatar una obviedad: son besos sin lengua, sin saliva, raquíticos e ideados con el único afán de salir del paso y que, por la razón que sea, ahora me recuerdan al acatamiento de sentencia que asegura hacer el gobierno y a la petición exasperada de elecciones que realiza la oposición.

    Resulta curioso: la renuncia a la equidistancia que, por lo general, tanto se repudia nos sitúa en la siguiente encrucijada: o somos de los que pensamos que estamos presenciando un golpe de estado pertrechado desde instancias judiciales o de los que creemos que el presidente Sánchez trabaja para perpetuarse ilegítimamente en el poder. No cabe otra: Madrid-Barcelona, Betis-Sevilla, Linares-Jaén; como si ahí acabara el mundo y, sobre todo, como si tuviéramos que pedir permiso para proclamar que no nos gusta el fútbol, que nos aburre con suma profundidad.

    Lo sé: debo de estar muy enfermo o ser un completo gilipollas, porque solo a un enfermo o a un completo gilipollas se le pueden ocurrir emparentar los besos que tiramos al mar de nuestras listas de la compra con nuestros políticos. Aunque, llegados a este punto, permítanme que les lance una pregunta: Y ellos, nuestros políticos, ¿creen que se dejarán besos por escrito? Me refiero en sus mensajes privados, en los correos o wasap que se intercambiaran para concretar reuniones en las que tratar de alcanzar acuerdos. ¿Hará eso Míriam Nogueras con Pedro Sánchez? ¿Bolaños con Álvarez de Toledo? ¿Tellado con María Jesús Montero? ¿Rufián con Cuca Gamarra? ¿Abascal con Oscar Puente? ¿Se imaginan el hallazgo? “Ya me cuentas, querido Óscar. Recibe un beso de tu colega Santi”. No sé ustedes, pero a mí no me cabe ninguna duda. Es más, conociendo el paño, apostaría a que serán besos o muestras de afecto con infinita más sinceridad y desinterés de los que jamás habrá usado Ábalos con Jéssica, porque, al fin y al cabo, no dejan de ser compañeros de trabajo que, de cara la galería, han de actuar como sempiternas moscas cojoneras. Y hablando de Jéssica: enfilamos la Navidad, el Año Nuevo y Reyes y ni rastro de la ansiada ley abolicionista de la prostitución. ¿Recuerdan? Antes del parón veraniego, Feijóo atizó de lo lindo a Sánchez con ese tema, a cuenta de las saunas que antaño había regentado su suegro; y el argumentario del gobierno al respecto venía a decir que en septiembre, con la tramitación parlamentaria de esa ley, el Partido Popular estaría obligado a retratarse a través de sus votos. En fin, lo de siempre: entre unos y otros, la casa sin barrer.

    Pero volviendo a los besos, al beso concreto que he encontrado sobre la mesa y que cerraba una nota en la que se me reclamaba la compra de suavizante, servilletas, azúcar y café. Con verdadero fervor y pasión, reconozco que únicamente a él me debo y que, desde hace algún tiempo, todos o casi todos mis esfuerzos están encaminados a conseguir la magnánima capacidad de transformarlo en otro beso que valga por toda la química de las farmacias. Así que me perdonen las personas que confunden autocrítica con infidelidad y tildan este humilde texto de equidistante y cobarde. No sé lo que me digo.


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