Los Perlas
Escucho que el presidente Sánchez y Feijóo se han abierto sendas cuentas en TikTok con el objetivo de acercarse a los electores más jóvenes. También escucho que se trata de un camino que Abascal y los suyos llevan muy adelantado y que de ahí proviene buena parte del éxito que pronostican para ellos las empresas demoscópicas. A bote pronto, me recuerda a esos camellos que antaño merodeaban por los alrededores de colegios e institutos. A bote pronto, insisto. Y esto último, claro, me trae a la cabeza a don Enrique Tierno Galván. Era yo muy joven —un niño— cuando invitó a colocarse a los rockeros que no lo estuvieran ya y, por lo tanto, emplearme en valorar su mandato como alcalde de Madrid compondría un absoluto despropósito. Pero el paso del tiempo lo ha tratado bien a izquierda y derecha y, por la razón que sea, me creo a pies juntillas el lugar que hemos tenido a bien otorgarle en nuestra historia.
En otra emisora siguen hablando del disco de Rosalía. Esta vez, resumiendo las buenas críticas que Sánchez y Feijóo han vertido sobre el mismo. Y me choca con lo anterior: quiero decir que, probablemente, la inmensa mayoría de chaveas que pululan por TikTok —en el hipotético caso de que se vieran obligados a dar su opinión al respecto— no esconderían que los últimos trabajos de Manolo García, Loquillo, Rozalén o Bruce Springsteen —por poner algunos ejemplos— les parecen un aburrimiento y que, como no son tontos —aunque algunos se empecinen en tomarlos como tales—, es fácil que adviertan a la primera las imposturas del joven Pedro y del joven Alberto y que estos, en su frenético y torpe afán por acortar las distancias, solo estén provocando el efecto contrario.
Llegados a este punto, me surge una gran duda: ¿qué puede empujar a un chico o a una chica a seguir en TikTok o en cualquier otra red a Santiago Abascal o a sus gregarios? Sin bromas de ninguna clase: la música no es, ¡y los libros, menos! Y enfatizo de nuevo: sin bromas de ninguna clase, porque en esa razón o razones radica, con plena seguridad, la totalidad de ese éxito que le vaticinan las empresas demoscópicas y, por ende, sus posibilidades reales de gobernar o cogobernar el país o sus distintos territorios en un próximo futuro. Por lo que vemos, escuchamos y leemos en televisiones, radios y periódicos, Abascal promulga soluciones drásticas y descorazonadoras para los problemas: habla sin tapujos de deportar, prohibir, coartar, restringir, vigilar... verbos todos muy gruesos, ¿no es cierto? Y verbos que cualquiera, a no ser que se encuentre en el fragor de una estúpida discusión de barra de bar, tiende a pensárselos antes de soltarlos, por la habitual dureza y crudeza que suelen conllevar; y verbos que, sobre todo, cuesta mucho, muchísimo, asociar a la juventud. ¿Qué joven quiere sentirse coartado, vigilado, restringido...?
Ya sé: un argumento retorcido a propósito y que venga a justificar cada una de las acciones que encierran esos verbos, siempre que éstas estén dirigidas a otros, sean quienes sean esos otros. Lo compro: por ahí o muy cerca de ahí ha de andar el secreto de ese maquiavélico éxito. Pero pocas personas renuncian a una buena vida por la vaga y radical esperanza de otra vida mejor. Para que eso ocurra el punto de partida ha de situarse varios escalones más abajo y fundamentarse en la ilusión de un ascenso verdaderamente viable; dicho de otro modo: han de existir problemas reales y de un tamaño tan considerable como para que una formación política o un amado líder pueda servirse de ellos para inducir a pensar a parte de la población que prohibiendo, coartando, restringiendo, vigilando o deportando a otra parte de la población esos problemas se atenúan o desaparecen. Y ahí es donde quizá cojean Sánchez y Feijóo en sus TikTok y en sus intervenciones parlamentarias con respecto a Abascal: mientras los dos primeros dicen lo que creen que sus seguidores quieren oír, el tercero escarba en su desesperación.