El cuadernillo Rubio de Sánchez

    09 dic 2025 / 08:41 H.
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    Sánchez nos está enseñando —o recordando— que la política es un empleo, una manera como cualquier otra de llevar el pan a casa. Y como los sueldos y el rendibú que reciben los políticos, por lo general, se sitúan muy por encima de los que percibimos el resto de profesionales, Sánchez nos está enseñando —o recordando— que un gran número de ellos no dudan en perder —o vender— su dignidad si eso les permite mantener su trabajo. En definitiva, Sánchez nos está enseñando —o recordando— algo horripilante, sobre lo que se debería de actuar ya para tratar de revertir la desconfianza en el sistema establecido y la proliferación de formaciones ultras: que Mazón no es una excepción, que estos seres, ante la disyuntiva de maniobrar con un mínimo de decencia o seguir cobrando religiosamente sus nóminas y gozando de sus privilegios, no se lo piensan.

    Sánchez nos está enseñando —o recordando— que para ellos las mujeres son metadatos y que su seguridad no siempre se encuentra en el peldaño más alto, que eso depende de qué hombres lleven a cabo las fechorías, que el caso Nevenka tampoco conforma ninguna excepción. Nos está enseñando —o recordando— algo espantoso: que la política también sirve para prolongar el machismo imperante, que ni siquiera el palacio de la Moncloa es un lugar seguro, un punto violeta y que las leyes que, a priori, se escriben para evitar abusos, para propiciar la igualdad, ellos las articulan como meras herramientas con las que ampliar el espectro de posibles votantes.

    Sánchez, como antaño ya hizo Martiano Rajoy con Luis Bárcenas, nos está enseñando —o recordando— que la amistad no vale nada, que no importan los miles de kilómetros recorridos en un coche y en aras de un mismo proyecto, que cuando vienen mal dadas, de un día para otro, se deja de conocer a un amigo, se renuncia a cualquier clase de lealtad y que nadie, como él, representa tan bien la figura de Judas. Nos está enseñando —o recordando— algo tan dantesco, tan sumamente feo, que debería de estudiarse con detenimiento en colegios e institutos para impedir que nuestra chavalería crezca pensando que sale a cuenta ser un traidor.

    Sánchez nos está enseñando —o recordando— que las voces discordantes se han de decapitar para evitar que quede el más mínimo rastro de un murmullo, que un partido político se puede manejar como un imperio, que el respeto a los mayores ya no se lleva y que a quien le tose lo fulmina, se llame cómo se llame. Nos está enseñando —o recordando— que Óscar Puente tiene cancha para hablar de Eduardo Madina sin limpiarse la boca, que sus ministros son meros sirvientes de la causa, como Acebes lo fue cuando Aznar se atrevió a servirse de la mentira durante el peor atentado de nuestra historia. Nos está enseñando —o recordando— que todo vale y que cuando las formaciones ultras exigen políticas contra natura a cambio de sus votos, se jacta de la sumisión del Partido Popular en vez de cederle esos votos y evitar, de ese modo, esas políticas contra natura. Enseñando —o recordando— que los logros sociales también están sujetos al rédito electoral, que a veces incluso les vienen bien las desgracias de los de abajo, el sufrimiento de los de abajo, las humillaciones de los de abajo.

    Sánchez nos está enseñando —o recordando— que la elección del histriónico Trump está abierta a convertirse en una plaga, que la ciudadanía, cuando sufre un atropello, se sube en busca de auxilio al primer vehículo que se asemeje a una ambulancia, que nadie como él está aupando tanto a las formaciones ultras y que lo sabe y que no se cansa de trabajar en ello, porque el riesgo de que, finalmente, éstas acaparen el poder recae en realidad sobre nosotros. Nos está enseñando —o recordando— que lo mismo que de vez en cuando le damos la vuelta al colchón o renovamos la cocina o el alicatado del baño, nuestra democracia también precisa de ciertos cuidados y que ya estamos tardando en proporcionárselos.

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