Torredonjimeno, un milagro entre la Campiña y la capital
Recorrido por el municipio y su historia de la mano del tosiriano Manuel Fernández Espinosa, en una nueva entrega de “Ciudades con duende”
A veces, no se necesita la existencia de Dios para que éste obre un milagro. A veces, su figura se asemeja a la de esas míticas Citroën C-15 que, fuera de las carreteras convencionales, siempre rebasan a los coches de alta gama porque ellas sí tienen un destino, o a esas cerillas que –como decía Faulkner– se prenden en la noche y que, sobre todo, nos permiten apreciar la oscuridad que nos rodea. La multiplicación de los panes y los peces o la separación de los mares a la que me refiero la protagoniza Manuel Fernández Espinosa, un tosiriano que, para suerte de hornilleros y hornilleras, recaló en el año 2015 en Santiago de la Espada con la misión de dar clase de religión en su instituto y con la vocación –innata– de investigar sobre la historia del municipio segureño. Gracias a ese paso y a la amistad que propició, hoy me jacto de tener al mejor guía para escribir sobre Torredonjimeno.
En Jaén, en pleno mes de agosto, la mayor aspiración de cualquier ser humano –salvo raras e inentendibles excepciones–, es una cerveza. Y Manuel, para salvarme de esta suerte de castigo que me ha impuesto el diario estos meses estivales, me recibe con una bien fría en el restaurante Regina, enclavado en los bajos de un edificio de principios del siglo pasado y de estilo modernista, situado en la Plaza Mayor tosiriana. Justo enfrente, se localiza el Círculo La Unión, epicentro cultural del municipio, a través de conferencias y encuentros con distintas personalidades de la cultura y que nació en 1973, fruto de la fusión del Círculo Español, de tendencia conservadora –y con más –, y del Casino Mercantil y de Artesanos, formado por profesionales del comercio y de la artesanía –y con más número de socios–. En su segunda planta y gestionada por el ayuntamiento, visitamos una exposición pictórica permanente entre las que destacan obras del genial artista Ginés Liébana que, pese a haber pasado la mayor parte de su vida en Córdoba, quiso que sus pinturas tuvieran su asentamiento definitivo en su Torredonjimeno natal.
En el año 1558, los tosirianos compran a la corona su emancipación de la villa de Martos que, en un primer momento, decide hacer oídos sordos y seguir maniobrando como regidora, llegando, incluso, a apresar a los recién nombrados ediles de la vecina localidad. En respuesta a esta cabezonería, el Palacio Consistorial, también situado en la Plaza mayor (o de la Constitución) del municipio, se levanta dándole la espalda a la hoy capital mundial del aceite. Camino del castillo, en la calle Canteras, nos topamos con algunos integrantes de la Asociación Cultural Vientos del Tiempo que, mediante la teatralización de la historia tosiriana –para la que se sirven de las figuras del Lazarillo y el Ciego–, realizan visitas turísticas. En su interior, además de una antigua almazara del siglo XVIII, encontramos El Centro de Interpretación del Tesoro Visigodo de Torredonjimeno y la exposición permanente de fósiles “Testigos de vida”.
Pero Manuel, que conduce la C-15 y prende la cerilla y multiplica panes, peces y cervezas, tiene un interés especial en que conozca la Iglesia Mayor de San Pedro Apóstol y, sobre todo, las obras de imaginería que guarda en su interior y que constituyen, sin duda, una de las riquezas más singulares de la población, debido a la gran talla de los artistas que las realizaron, entre ellos, Palma Burgos, autor del Cristo de la Buena Muerte que, cada Jueves santo, procesiona en Málaga, sobre los hombros de los Legionarios. Bajamos por la calle Canteras, en la que aún quedan vestigios de la antigua muralla, hasta alcanzar el Puente Viejo, de estilo Medieval, y deleitarnos desde allí con la visión del Monte del calvario, el espacio natural más hermoso del municipio, junto al Parque de las Quebradas. Subiendo por la calle de Tintoreros, camino de la Fuente de Martíngordo, Manuel me enseña una de las Casas del Pueblo más antiguas de Jaén, construida por sus militantes antes de la Guerra Civil, y me cuenta que la primera alcaldía socialista de Andalucía la ostentó José Jiménez Hernández en Torredonjimeno.
Para no desviarnos de la senda del Señor, desde la imponente Fuente de Martíngordo, nos dirigimos hasta la ermita de San Cosme y San Damián, patronos de Torredonjimeno y, según la leyenda, encargados de proteger a los vecinos de las fuertes tormentas a través de dos lenguas de fuego (una por cada santo) que dibujaban una circunferencia alrededor de la villa. Por la calle Real, llegamos al Parque Municipal, concebido como jardín botánico y que fue construido con el esfuerzo de todos los vecinos, mediante el método de “La hacendera”, en los que algunos ponían su trabajo y otros optaban por costear los materiales. Aquí, cada domingo, se coloca El Mercadillo, famoso en toda la comarca.
Antes de la cerveza que ha de servirnos de despedida, Manuel me lleva por la Puerta de Jaén a la Iglesia de Santa María, de estilo Tardo Gótica, con la intención de que conozca a la Virgen de los Dolores o de Las Corrías, por la manera en la que sus portadores la procesionan, cada Semana santa, en ciertos tramos del itinerario. Impresiona, sobremanera, el camerino barroco en el que se halla, sin duda, uno de los más bonitos y logrados de la provincia. Me voy con la sensación de que la deidad reside en la cabeza de Manuel, del mismo modo que el Palacio Provincial en la Plaza San Francisco de Jaén o que la Torre Eiffel en el número 5 de la avenida Anatole France de París, con esa exactitud. Y con el deseo de volver.