Resistencia de tradición y oficio en torno a la fragua desde un rincón de Úbeda

En Forja La Loma aún reciben encargos con la artesanía propia de esta técnica

30 jul 2025 / 18:30 H.
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Un oficio, una manera de trabajar y hacer arte que se resiste a su destino. Este es el día a día de los forjadores, que ven cómo ahora la juventud apuesta por rejas, balcones u otros objetos de decoración que siguen modelos simples y prácticos. Las rejas machembradas o las barandas forjadas ya apenas se ven por las casas jiennenses. Hay lugares como Forja La Loma, que resiste al paso del tiempo y aún recibe encargos para hacer en su legendaria fragua. Una fragua en el que el fuego permite fundir el hierro y convertirlo, a base de trabajo, en arte. En su exposición se pueden ver detalles o vestigios de este oficio artesano como sillas y mesas con líneas curvas y originales o cabeceros, por ejemplo, con notas musicales.

En esta ocasión, la fragua de Forja La Loma llevaba cinco años sin encenderse y el encargo consistía en hacer unos rizos para unas reses. La fragua requiere de, al menos, una hora para encenderse y una vez encendida, se coloca el hierro para fundirlo. En caso de que los hierros sean más gruesos, se utiliza un martillo pilón para machacarlo, pero en la mayoría de los casos la forma del hierro se consigue a golpe de martillo sobre el yunque, dejando ese característico sonido que traslada a épocas pasadas. Se ve cada vez menos, pero el arte de la forja todavía se resiste a morir a base de trabajo.

Antonio Soto Gómez, propietario de Forja La Loma: “La gente mayor sí aprecia mucho los trabajos a mano”

Antonio Soto Gómez tuvo su primer contacto con la forja a los 16 años, en la Escuela Taller de Úbeda. Como confiesa, en su familia no hay antecedentes de forjadores y en sus inicios, había como mucho cinco empresas que se dedicasen a la forja: “Sinceramente, el oficio de la herrería me gustaba y, lo que era la forja, más todavía. Había entonces bastante demanda y se trabajaba mucho por fuera”. Tras su formación formó una cooperativa con cinco socios, que estaba frente a la alfarería de Paco Tito. Soto debió irse después a cumplir el servicio militar y, al regresar, se cerró ese negocio y se quedó con otro socio, Forja Úbeda. Ambos permanecieron juntos cinco años hasta que vendieron el negocio a otro forjador, conocido como “Tiznajos”.

Ya por último, montó con otro socio otra empresa hasta que se quedó sólo: “Llevo por tanto 40 años en el oficio”. Su empresa, Forja La Loma, lleva 25 años de actividad: “Aunque ahora nos dedicamos mucho a carpintería metálica, la forja la encendemos sobre todo porque las mesas de forja están viviendo un ‘boom’. Están en su apogeo y también diseños de mobiliario de forja, pero más moderno”. En cada encendido de la fragua, a Soto se le vienen muchos recuerdos: “Se me viene a la cabeza cuando en el invierno nos calentábamos y los veranos al lado del fuego. Antiguamente en verano se trabajaba más”. El dueño de Forja La Loma ve el futuro complicado: “La juventud no tiene iniciativa, parece que va a peor. Me acuerdo en los colegios que me llamaban para dar la formación a los alumnos”.

Sobre esta última cuestión, Soto tiene un ápice de esperanza: “Desde la escuela taller parece que quieren retomar esos cursos. La gente los acoge porque se forman, pueden ganarse un sueldo o montarse su propia empresa, como fue mi caso”. Antonio Soto ve en la sociedad actual uno de los motivos de la caída de este oficio artesanal: “Ahora la juventud apuesta por lo rápido y materiales que no requieren mantenimiento, como el acero inoxidable, el aluminio o el pvc, pero la gente mayor sí que aprecia mucho los trabajos hechos a mano”. Por último, Soto sentencia: “Ahora no sé, pero en un futuro puede ser que la forja vuelva a funcionar”.

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