Para los que no tienen voz

El feriante Pedro Martínez relata el complicado escenario en el que se encuentra un sector “olvidado”

09 may 2020 / 14:11 H.
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En la cuerda floja. Amanece en la Ciudad de los Cerros, el mar de olivos se deja alumbrar por el cálido sol de primavera y las luces de las farolas dejan paso a las de los coches, arranca otro día más, uno cualquiera. Sin embargo, la cotidianidad ha dejado paso al silencio, a la soledad en las plazas donde ahora nadie respira ese olor a Renacimiento, donde el miedo ante lo desconocido aunque tenga nombre y este sea covid-19, ha provocado que los cerrojos de las casas apenas se muevan desde hace más de 50 días.

A pesar de los dolorosos días que marcaran la historia de España, los primeros pasos hacia la “normalidad” ya han comenzado y serán más evidentes a partir del lunes. Parece que será cuestión de días que las tiendas y sus empleados vuelvan a subir las persianas y que los profesionales de los hoteles y bares desempolven el uniforme con vistas a un verano que llega repleto de incógnitas, en definitiva, los sectores de los que depende la economía calientan motores para que las consecuencias de la pandemia no sigan ensanchándose.

Mientas tanto, en un rincón de esta bendita tierra, hay un conjunto de familias que se levanta sin saber qué pasará con la actividad que les proporciona el pan de cada día. En el caso concreto de Pedro Martínez, feriante desde que guarda recuerdos en la memoria, los días parecen haberse convertido en amargas repeticiones con el mismo resultado, ausencia de noticias. Propietario de un puesto de vinos desde hace unos once años y que ya debería haber montado este 2020 en municipios como Peal de Becerro, sabe bien lo que es llevar el hogar acuestas, cómo funciona cada rincón de la feria, pues ha tenido distintos negocios. El éxito hasta ahora había dependido de su esfuerzo y constancia, hasta que se ha quedado sin la posibilidad de ganarse el jornal. “Mi situación es precaria como la de la mayoría de mis compañeros, llevamos varios meses sin trabajo y sin ningún tipo de ingresos”, confirma.

El principal problema es que su trabajo está ligado a la temporada de primavera y verano, únicos meses en los que son autónomos, teniendo en cuenta que el estado de alarma se produjo en marzo, días antes de que comenzaran las primeras fiestas, “la mayoría aún no estaban dados de alta”, por lo que no han tenido acceso a prácticamente ninguna ayuda. “Esto, además, se une a que nadie se acuerda de nosotros, es como si nuestro sector no existiera y son miles las familias que dependen de las fiestas y ferias”, añade Martínez.

En su caso concreto, son cuatro en la familia y tres de ellos trabajan en el negocio, a excepción de la pequeña, que está estudiando. Al igual que Martínez se encuentra su amplia familia, pues siete de sus tíos y cada uno de sus hijos viven de lo mismo. “En la campaña de aceituna trabajo un mes y medio, pero es imposible subsistir hasta el año que viene con esos ingresos”, apunta. Y, aunque siempre se resalte el aspecto económico, tampoco hay que olvidar la ilusión que cada feriante vuelca en su negocio cada temporada y que comparten con los visitantes para hacer de la feria un lugar de alegría.

Por todo ello, tanto Pedro Martínez como el resto de feriantes tienen una serie de reivindicaciones que les gustaría trasladar a las administraciones: “Lo primero es que se nos ponga nombre y alguien se acuerde de nuestro sector, pues desde que empezó la pandemia nos hemos sentido solos”. Además, consideran que se merecen una serie de medidas concretas como se ha hecho con otras industrias con el objetivo de paliar las consecuencias de “una temporada perdida”.

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