Mancha Real, una pica en La Peña del Águila
Durante más de 100 años se llamó La Manchuela de Jaén. Fue el 25 de noviembre de 1653, para conmemorar a Felipe IV, cuando recibe su actual nombre
Los celos hacia su marido —Felipe el Hermoso— y el inmenso dolor que sintió tras la muerte de éste son algunos de los motivos que se esgrimen para hallar una explicación a la supuesta locura que se le atribuye a Juana I de Castilla; también se rumorea que pudo deberse a una simple argucia de su padre —Fernando el Católico— y de su hijo —Carlos I de España y V de Alemania— para apartarla del trono y mantenerla encerrada en Tordesillas de por vida. No sé, a bote pronto, a mí ambas versiones se me antojan demasiado peliculeras. Máxime, teniendo conocimiento de que ella dictó la orden de la fundación de Mancha Real en el año 1537 y que tal empresa no se llevó a cabo hasta dos años más tarde. Y dos años de demora, de desaire, de desobediencia y ninguneo, en un asunto como el que nos ocupa, sí que se abren a volver majareta a cualquiera.
Durante más de 100 años se denominó La Manchuela de Jaén. Fue el 25 de noviembre de 1653, para conmemorar la visita de Felipe IV, cuando, al fin, recibe su actual nombre: Mancha Real. De hecho, existe un libro de P. Donato Anzarena, publicado en el año 1766 y titulado “Vida y empresas literarias del ingenioso caballero Don Quijote de la Manchuela”; cuya trama —una sátira contra el sistema educativo imperante en la época— transcurre en ese escenario.
Situada al pie de la Peña del Águila, al este de Jaén capital y en las estribaciones de Sierra Mágina, Mancha Real se erige, a día de hoy, en una de las localidades más florecientes y emprendedoras de nuestra provincia, de las pocas que —más menos— resisten el maldito envite de la despoblación. Su economía, amén del sempiterno recurso del olivar, se nutre también de las industrias de aperos y maquinaria agrícola, del sector de la informática y de la fabricación de muebles de madera. Y es a estos carpinteros mancharrealeños a los que, precisamente, les debemos el origen de las únicas fiestas de fallas que se realizan en toda Andalucía. Las idearon en 1983 con la intención de celebrar el patrón del gremio —San José—, y lo que en un principio se inició con la quema de recortes y trastos viejos para hacer limpieza y simbolizar lo efímera que resulta nuestra existencia, ha derivado en una de las celebraciones más populares de nuestro territorio y que, cada año, atrae a un mayor número de turistas procedentes de todo el país. En la actualidad y gracias, sobre todo, al ímprobo trabajo de Andrés Cubillo Cobo —el maestro que se encargó de la creación de las figuras durante las primeras quince ediciones—, forma parte de las Fiestas de Interés Turístico Andaluz.
El monumento más destacado de la ciudad es la Iglesia Parroquial de San Juan Evangelista, que fue declarada Bien de Interés Cultural en 1983. Construida en varias fases, entre los siglos XVI y XVIII, está vinculada —en su trazado y ejecución— al arquitecto Andrés de Vandelvira; y de ella destaca la portada principal, labrada en piedra, de estilo manierista y estructurada a modo de retablo.
Una pequeña parte de la fachada del Convento de los Carmelitas Descalzos sirve para recordar el paso por la localidad de San Juan de la Cruz. Lo fundó en el año 1586 y junto a los restos de la Torre de Risquillo, de estilo bajomedieval y levantada, probablemente, en el siglo XIII; y a los del Castillo de Ríez —una antigua fortaleza, construida junto al camino romano que unía Guadix a Cástulo y que han sido declarados Bien de Interés Cultural—, conforman el principal patrimonio arquitectónico de la ciudad.
En cuanto a su riqueza natural, en el término municipal, que alcanza casi los 100 kilómetros cuadrados, podemos encontrar zonas de bosque, enmarcadas, sobre todo, en la parte sur y formadas por pinos, encinas, robles y quejidos; los humedales, en las proximidades del río Guadalquivir, al norte; y el olivar. La Peña del Águila, que es un paraje de interés medioambiental, se puede considerar como una de las puertas de entrada al Parque Natural de Sierra Mágina, aun encontrándose fuera de los límites de éste. Por un sendero acondicionado hace poco tiempo, tenemos la posibilidad de realizar una ruta circular que, además de ofrecernos unas vistas inmejorables de algunos enclaves de nuestra provincia, nos da acceso a El Morrón y El Mojón Blanco, los dos techos del municipio, con 1540 y 1495 metros de altitud, respectivamente.
Para finalizar, me van a permitir que recurra a otra de esas personas a las que, por su incesante y variopinta actividad artística y cultural, habrá quien la tilde de extravagante, ¡de loca!: Román Figueroa, un creador que a través de una obra canalizada, en muchos casos, como mobiliario urbano, podemos encontrar en distintos enclaves de la localidad mancharrealeña. Como “El viajero”, una farola integrada en un banco situado junto a la estación de autobuses y que invita a los usuarios a formar parte de la composición. Su último proyecto: “El libro volador”, consiste en una biblioteca ubicada al aire libre, en la Vereda de la Torre, y que viene a sumar fantasía a este municipio.