La Carolina, ¿cómo mudar la piel y reinventarse?
Cuarta entrega veraniega de “Ciudades con duende” con la mirada puesta en la capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena
Dieciocho acepciones emplea la Real Academia Española para definir el término “madre” y todas, de una u otra manera, se pueden hilar a la capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena: La Carolina. Principalmente, por el carácter protector —y afectivo— que encierra el origen de la creación del municipio y por el alumbramiento que provoca siempre ser la puerta —o el útero— de Andalucía. Una madre joven, si se compara con otras localidades de nuestra provincia, y con la particularidad de que una pequeña comunidad de frailes Carmelitas Descalzos fueron sus primeros moradores, tras levantar, en el año 1573, en un lugar conocido como La Peñuela, el Convento de Nuestra Señora del Carmen. Una madre generosa, dispuesta a amamantar —a través de su tierra fértil— a los 6.000 colonos alemanes y flamencos —en su mayoría—, traídos por el aventurero bávaro Thürrieguel, en el año 1767. Y, por tanto, una madre ejemplo y pionera de lo que hoy, a veces, nos cuesta tanto asimilar: la necesidad de dar abrigo a los que vienen en busca de un futuro más esperanzador y la necesidad de otros para llegar a ser lo que, en la actualidad, somos.
La empresa, si me lo permiten, revierte en ínfimo al esperado Cetedex y al hermano mayor que perdimos para suerte de Córdoba, pues —en pleno Siglo de las Luces y con los objetivos de sacar provecho de las tierras de Sierra Morena y proporcionar seguridad al paso fronterizo de Despeñaperros— se pretendía la fundación de una sociedad rural, basada en núcleos de población igualitarios y con el trabajo en el campo como principal herramienta de riqueza. Un proyecto en cuya punta, el Rey Carlos III —El Ilustrado—, colocó a su estrecho colaborador Pablo de Olavide, nombrado, posteriormente, Superintendente de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. En definitiva, una utopía que abarcaba a más de sesenta pueblos en los que —para que ustedes se hagan una idea—, cien años antes que las demás, las mujeres que los habitaban pudieron experimentar ser propietarias de su voto y del terreno que cultivaban, y en el que la educación de los más jóvenes ya era obligatoria. Dos siglos antes de aquello, de nuevo a ese lugar conocido por La Peñuela, al Convento de los Carmelitas Descalzos, llegó San Juan de la Cruz que, enamorado de la sencillez de sus frailes, fue capaz de alcanzar, al fin, una plenitud y bienestar desconocidos en su vida hasta la fecha y que incluso propiciaron su deseo de acabar allí sus días, pese a terminar haciéndolo en Úbeda.
En la actualidad, San Juan es el patrón del municipio y la Hermandad dedicada a su persona, la más antigua del mundo. Sobre los restos de ese antiguo convento de La Peñuela se levantan hoy el Palacio del Intendente Olavide y la Iglesia de la Inmaculada, dos de los edificios más carismáticos de La Coralina, siendo el primero —construido en 1775 y de estilo neoclásico— actual sede del Museo dedicado a la historia de la localidad. Pero si algo caracteriza a La Carolina es su capacidad sin igual para mudar de piel y reinventarse. Tras ese episodio de los colonos y de la quimérica idea del Superintendente Olavide y del Rey Carlos III, en el primer tercio del siglo XIX, atraídos por las fuertes inversiones de capital procedente de Inglaterra y Francia y por las nuevas técnicas extractivas y metalúrgicas del mineral, se produce la llegada masiva de mineros y la localidad, junto a Linares, Bailén y Guarromán, pasa a convertirse en una de las principales cuencas mineras de España. Este nuevo panorama y con el fin de facilitar la salida del mineral hacia otras zonas, trajo consigo eso que tantísimo echamos de menos ahora: un importante desarrollo de la red ferroviaria. Considerada capital mundial del plomo, sus yacimientos fueron clave para el suministro de munición durante la primera guerra mundial, cuyo término supuso el declive de esa industria, hasta su completa desaparición, ya bien entrado el siglo XX.
Resumir el paso de los colonos a esos apellidos foráneos que aún se perpetúan en el municipio o la época de las minas a las cabrias, chimeneas y lavaderos que, para nuestra suerte, resisten el envite del tiempo y engrandecen nuestro patrimonio, constituye una simpleza. Y prueba de ello es el tejido industrial con el que, a día de hoy, se ganan el sustento la mayor parte de sus ciudadanos, frente al agrario que gobierna en, prácticamente, el resto de la provincia. Como en la vecina Linares, aquí no resulta extraño encontrar a ciudadanos que proceden de otros lugares, síntoma de su hospitalidad y de esa idiosincrasia trashumante y soñadora que precipitó su nacimiento. Tal vez también gracias a ese carácter errante y a su inmediata cercanía a ese otro planeta en el que las palmas por bulerías ya no suenan tanto, se erigen en el estandarte provincial del arte contemporáneo, a través de su Centro Cultural y del inquieto colectivo “Arte Aparte”, con muestras tan vanguardistas —e infrecuentes por estos lares— como la de “Nepotismo Ilustrado” que comisiona, bianualmente, el artista Juan Francisco Casas. La llaman La Puerta de Andalucía. Permítanme que yo la vea como esa cavidad carnosa que todos, sin excepción, atravesamos para ver la luz.