Jódar, la puerta a los tesoros naturales de Sierra Mágina

Nueva entrega de “Ciudades con duende” centrada en la historia y la rica arqueología del municipio con más población de la comarca

31 ago 2024 / 07:00 H.
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Gracias a mi buen amigo Manuel Fernández Espinosa, con el que, tras mi reciente visita a su Torredonjimeno natal, he recuperado la sana costumbre de abrir una relación epistolar, he sabido de dos hechos sumamente curiosos referentes a Jódar. El primero lo protagonizan el extraña e injustamente olvidado Joaquín Costa Martínez, el mayor representante del movimiento intelectual patrio conocido como Regeneracionismo; y el origen de “Galduriense”, uno de los gentilicios del municipio. El jurista, político, economista e historiador, al poco de llegar a Jaén capital, después de haber ganado unas oposiciones a notario e informado por su compañero de profesión Julián Espejo y García de un hallazgo arqueológico en Jódar, descubre –a partir del análisis de algunas lápidas– que donde hoy se asienta la localidad existió una población –pre romana– llamada “Galdur” y que su nombre primitivo sería “Galduria”.

Pero Costa no se limitó a investigar estos vestigios arqueológicos, impresionado por las condiciones de vida y habitación de algunos galdurienses (encontró 406 cuevas habitadas), tras su trabajo de campo allí, dejó plasmada esa experiencia en su libro “Derecho consuetudinario y Economía popular de España”, bajo el título “Vida troglodita en Jódar”. El segundo acontecimiento revelado por Manuel está conectado a las creencias y supersticiones que nos construyen, y viene a constatar que esa idea de la “Santa Compaña” no se circunscribe a Galicia, pues diferentes estudios de etnógrafos provinciales recogen que, antiguamente, los habitantes de Jódar tenían la convicción de que, durante la Noche de los Difuntos, una procesión de almas, encabezada por la muerte, recorría las calles del pueblo derramando un líquido que si penetraba en las casas traía la desgracia a las familias que en esas viviendas habitaban.

Situada en la falda del cerro de San Cristóbal y al pie de Sierra Mágina –de cuya comarca es entrada natural y el municipio con más población– obtuvo en 1919, de Alfonso XIII, el título de ciudad, tras producirse, los años previos, un importante incremento en su número de habitantes. Su estación de tren –a día de hoy, víctima de la dejadez gubernamental generalizada en lo que concierne a nuestra provincia–, fue construida en 1895 para facilitar la exportación del mineral proveniente de Linares y La Carolina y supuso la implantación de otras empresas que, hasta la segunda mitad del siglo XX, lograron aminorar el éxodo rural –de nuevo generalizado en nuestra provincia– hacia otras poblaciones industriales de España y Europa. De todas ellas, cabe destacar su fábrica de harinas (El Patrocinio), una joya arquitectónica de la época que, en 2012, sufrió un aparatoso incendio que la dejó en ruinas.

Su conjunto histórico-artístico fue declarado Bien de Interés Cultural en 2014 y está conformado por los entornos de la Iglesia de la Asunción, construida a finales del siglo XVI sobre los restos de una mezquita, de fachada renacentista clásica y perteneciente a la escuela de Vandelvira; por el castillo, que data del siglo VIII, uno de los más antiguos de nuestra provincia, y que acoge, actualmente –en cada una de sus torres–, el Centro de Visitantes del parque natural de Sierra Mágina y el Centro de Interpretación de la Historia de Jódar; y por varias calles y plazas aledañas en las que se puede admirar, además de sus increíbles edificaciones tradicionales, el singular entramado urbano del municipio.

Paisajísticamente, Jódar reúne tres de los panoramas naturales más característicos de nuestro territorio. Parte de su término municipal pertenece al parque natural de Sierra Mágina, en el que predomina la vegetación mediterránea y los encinares. Otra parte –la norte–, por la que discurre el río Guadalquivir y el embalse de Pedro Marín, se encuentra protegida dentro del Paraje Natural Alto Guadalquivir, conformado, también, por Cazorla, Úbeda, Peal de Becerro y Torreperogil. Y, por último, el mar de olivos, que en Jódar ocupa casi 7.000 hectáreas y que, al igual que en la mayor parte de nuestra provincia, es la fuente de empleo y riqueza más importante. La artesanía derivada del esparto –y casi perdida en su totalidad en el resto de Jaén– continúa muy presente en Jódar. Destacando, entre todos los enseres fabricados con dicha materia prima –esteras, bolsos, botelleros, cestos, leñeras, lámparas, tapices, alfombras o manteles–, las sombrillas que inundan las plazas turísticas de la Costa del Sol y levantinas. Llegándose a exportar unas tres mil al año.

En el plano cultural, destacan dos citas anuales: el Festival de Música Folk (organizado por el mítico grupo local Andaraje), que se celebra durante el mes de agosto en distintos enclaves emblemáticos de la localidad y que cuenta con la participación de agrupaciones y bandas llegadas desde todos los rincones del país; y el Festival de Arte Flamenco, uno de los más antiguos de nuestra provincia y caracterizado por la brillante mezcla de aristas consagrados y emergentes del cante, toque y baile. Aún a riesgo de que alguien –con más datos y sabiduría– venga a enmendarme la plana, termino con la percepción lejana que siempre me ha transmitido Jódar: una ciudad combativa y contestataria frente a las injusticias y las desigualdades. Amén del movimiento obrero que se propició para liquidar esas condiciones de insalubridad que advirtió y denunció Costa, hubo un fraile (Luis de Carvajal, nacido en Jódar, hacia el 1500) que trajo loco al mismísimo Erasmo de Róterdam. Pero de ese espigón de la historia ya hablaremos otro día.

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