El legado patrimonial de un rincón para vivir y morir

Baeza fue declarada, junto a Úbeda, Patrimonio de la Humanidad, un antes y un después para la provincia en materia turística gracias a dos lugares únicos

27 jul 2024 / 17:30 H.
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Durante la post presentación de su novela “Banderas en la niebla” (la última que publicó en vida), Javier Reverte -junto a Manu Leguineche, el escritor de viajes más leído y reconocido por estos lares- nos confesó que conocía muy poco España, que Úbeda -por poner un ejemplo-, la ciudad en el que nos encontrábamos, era la primera vez que la visitaba, y que esas tareas las iba postergando para cuando explorar horizontes más lejanos se resolviera en un imposible. Esto, en tono socarrón, claro, porque su salud ya le estaba jugando malas pasadas y, por entonces, una hipotética secuela de su aclamado “Vagabundo en África” se antojaba aún más inverosímil que un ulterior viaje a la luna.

Algo parecido me sucede a mí con Baeza. Sin ser la ciudad en la que vivo y sin siquiera haber pernoctado una sola vez allí, gracias a la única herencia -además del carácter y de la fisonomía- que recibimos de mi abuelo materno, sé que será el lugar que, al fin, me acoja para el descanso eterno; y como provengo de esa época remota en la que adecentar las tumbas de nuestros muertos, cada primero de noviembre, se erigía en una obligación gustosa y entrañable -que perdura-, no hay ocasión que no la pise con la mágica impresión de seguir haciéndolo a la vera de mis padres.

Cuentan que en el Salón de los Espejos del Casino de la calle San Pablo, Federico García Loca tocó el piano en presencia de Antonio Machado. Cuentan que cuando el poeta sevillano decidió abandonar Soria, tras la muerte de su esposa Leonor, Baeza no entraba, precisamente, en sus planes; y de su primer día allí circula una anécdota que, solo por lo buenísima que es, hemos de tomar por cierta: al poco de deshacer su equipaje en el hotel Comercio, se encaminó al Instituto de la Santísima Trinidad con objeto de saludar a su director, y al preguntar por él a una señora que se encargaba de la limpieza, ésta le espetó “En la agonía, señor. El director se encuentra en la agonía”. Machado, impresionado por ese recibimiento tan plagado de mala suerte, expresó su inmenso pesar; y entonces, consciente del equívoco y sin poder reprimir la risa, la señora tuvo que aclararle que La Agonía era un café al que, cada tarde, acudía el director a la tertulia.

En otro café baezano: El Central, se asientan las tres terceras partes -o más- de la historia musical moderna de nuestra provincia. Lo inauguran Rafael Godino y Fátima de la Poza en los años noventa del pasado siglo y hoy, bajo la batuta de Julio Ortega, continúa manteniendo una programación de actuaciones de un nivel extraordinario, comparable a las de esas capitales importantes que solemos emplear como ejemplo para nuestras lamentaciones. Y como toda obra precisa de una primera piedra sobre la que pivotar, quizá sea ésta, la del Central, en la que Alis, Supersubmarina, Autómatas o Los Trágicos comenzaron a inspirarse para los acordes de unas canciones que aprendieron a escaparse de los límites de nuestra tierra.

Que yo venga aquí a hablar sobre la riqueza arquitectónica de Baeza es fácil que constituya alguna clase de delito, debido a mi escasísima sabiduría sobre el tema. De ahí que esté intentando -como probablemente ya habrán notado- maniobrar como el añorado Reverte con nuestra península. La paseo y la disfruto con la certeza de sentirme un privilegiado por tenerla tan cerca de casa; como un turista sempiterno, aunque se trate de la enésima ocasión que cruzo su Plaza del Pópulo o que me adentro en sus callejuelas a través de la Puerta de la Luna.

Fue declarada, junto a Úbeda, Patrimonio de la Humanidad en 2003; y basta con situarse en el centro de la Plaza de Santa Cruz para comprobar la grandeza de su historia, a través de los tres estilos artísticos que gobiernan los edificios que la conforman: el renacentista del Instituto de Enseñanza Secundaria Santísima Trinidad, el gótico isabelino del Palacio de Jabalquinto (actual sede Antonio Machado de la Universidad Internacional de Andalucía), y el románico tardío de la iglesia que da nombre al lugar, construida entre los siglos XIV y XVI, tras la conquista del Valle Alto del Guadalquivir por Fernando III, y que además de resultar bastante inusual en el sur, constata que Baeza fue una de las primeras localidades que reconquistaron los cristianos.

Decir que tienen la academia en la que se forman los que luego nos multan en carretera por sobrepasar los límites de velocidad no está bien, aunque sea verdad o una media verdad, pues es obvio que la labor de la Guardia Civil no radica -solo- en eso y se erige en imprescindible. Mejor dejarse de bromas y decir que Vandelvira en Baeza, además de en un arquitecto, se ha convertido, de la mano de Juan Carlos García, en uno de los restaurantes con Estrella Michelin que colocan a nuestra provincia en el culmen de la gastronomía patria -acción que ya llevaba realizando, desde tiempos ha, el mítico “Juanito”-; o que el testigo de don Antonio Machado se lo reparten a pachas -y con méritos más que contrastados- los poetas Salvador García Ramírez y Miguel Agudo Orozco; o que cuentan con dos pintores extraordinarios, singulares, de los que narran con sus pinceles: Antonio Moreno y José Cózar; y con la saga familiar Tornero-Cruz, dedicados al arte plástico y fotográfico desde los años 30 del pasado siglo. Y lo más importante y primordial -que ya casi se me olvidaba-: que los ochíos son de Úbeda, digo, de Baeza.

El legado patrimonial de un rincón para vivir y morir

Fue declarada, junto a Úbeda, Patrimonio de la Humanidad, un antes y un después para la provincia en materia turística gracias a dos lugares únicos

Cuentan que Federico García Loca tocó el piano en presencia de Antonio Machado

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