Bailén, ¿nos vemos en La Pigmalión?

El seria “Ciudades con duende” vuelve con una segunda entrega sobre la importancia de un municipio fronterizo con un gran papel en la historia de España

22 jul 2024 / 16:00 H.
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Hay un poema de Karmelo C. Iribarren (Momentos que no tienen precio, se titula) que describe a las mil maravillas qué es un hogar: “Llegar al fin / hasta la puerta / de tu casa, / entrar, / echar todas las cerraduras, / y, como quien saborea / el sabor de la venganza, / decirlo: / ahí / os quedáis, / hijosdeputa”. Y hay una población en nuestra provincia que, además de ostentar el honor de haber sido la primera en la que se le dio cera al ejército Napoleónico a campo abierto, es una hacedora de hogares: Bailén. A bote pronto, cuesta imaginar una industria tan necesaria e idílica como la del ladrillo que nos cobija y las tinajas y maceteros con los que vestimos de alegría nuestras vidas. Y aunque, tras la crisis que provocó la burbuja inmobiliaria de 2008, dicha industria vino a menos, aún continúa erigiéndose en uno de los principales pilares económicos y más característicos de la economía e idiosincrasia bailenense. Dense una vuelta por el pasado, háganme caso: abandonen la autovía que ya no pasa por El Zodiaco y por el antiguo Parador de Turismo —qué lástima de edificio, ¡con lo que fue y representó!—, y deténganse en cualquiera de sus alfarerías a comprar un perol, un cántaro, un botijo, una olla, una caldereta o un sencillo plato y, desde ahí, diríjanse a su Paseo de las Palmeras a admirar la “La Rendición de Bailén”, el famoso cuadro de José Casado del Alisal. Después, podrán decir que han estado en el año 1808, entre la nebulosa de los disparos y cañonazos de nuestra independencia —otra más—, y en los gloriosos —al menos para algunos— años 80 y 90 del pasado siglo, cuando Bailén era sinónimo de la mejor y más selecta hostelería.

Con la casa hecha y las tropas francesas, capitaneadas por el general Dupont, rendidas, toca festejar y, precisamente, 19 de julio, es el día grande para ello. Desde hace más de un siglo, Bailén conmemora aquella victoria que forzó la huida a Vitoria del Rey José Bonaparte y el regreso de Napoleón a la península, una ceremonia que cuenta con la participación de distintas tropas militares y de autoridades civiles y que fue declarada de Interés Turístico Nacional de Andalucía. En la actualidad, ha propiciado que, cada año, en el mes de octubre, se realice una recreación histórica de la batalla que provoca la concurrencia de aficionados de toda España y Europa. Bailén es casa, historia y nudo —o transición— entre norte y sur y entre Sierra Morena y el valle del Guadalquivir. Lugar de paso por antonomasia, a la que la reconstrucción del nuevo trazado de la autovía A-44 por Despeñaperros, unida a la presión ejercida —en su momento— por los empresarios de la arcilla, la borró, de alguna manera, del mapa sentimental de nuestra infancia, cuando su situación estratégica propiciaba que no hubiera artista de relumbrón que no hiciera parada y fonda en el municipio. De algún modo, Bailén recuerda a esos peregrinos que realizan el camino de Santiago en sentido inverso: cada noche comparten mesa y conversación con personas con las que, probablemente, ya no volverán a coincidir en su vida; una suerte de interinidad permanente que, cuando menos, nos enseña a valorar la importancia de las primeras veces, de las oportunidades únicas. Y quizá a esa raíz fronteriza —por su situación geográfica— y a ese carácter ambulante se deba su origen y su larguísima historia. Prueba de ello es que, hace apenas unos meses, se daba a conocer un estudio realizado por los investigadores Juan José López, José Carlos Ortega, Luis Arboledas y Juan Jesús Padilla, financiado por el Instituto de Estudios Giennenses de la Diputación Provincial de Jaén y por el propio ayuntamiento, sobre el hallazgo de restos de un asentamiento militar en un paraje conocido como Cerro de la harina, que data del siglo III y principios del siglo II antes de nuestra era.

No quiero concluir con otra batalla —y su controversia—, así que me van a permitir que me salte las Guerras Púnicas, pase de largo por Roma y me centre en el imperio de nuestros días. Fuera del casco urbano de Bailén, a menos de 6 kilómetros y muy cercano al pantano del Rumblar, se halla uno de los más notables atractivos de la localidad: La Dehesa del Burguillo, un monte público, con una extensión cercana a las 550 hectáreas, que se erige en un claro ejemplo de bosque mediterráneo y que, como todo lugar hermoso que se mima, ha conseguido establecerse como un punto de encuentro para senderistas y demás amantes de la naturaleza. Hay otro poema, éste de Miguel Sánchez Robles, que describe a las mil maravillas el vértigo que origina el paso del tiempo: “No sé cómo se verá todo esto desde muy arriba / porque estamos de pie / en un mundo que tiembla / y nos enamoramos de quienes no debemos / y no sabemos decir te quiero a nuestros hijos / y siempre se nos hace tarde para vivir, / solo tenemos tiempo para un rato de sol, / ni siquiera sabemos si existir nos conviene. / Solo nos salvaría / volver a aquellas fiestas a las que nunca fuimos / cuando éramos muy jóvenes, / muy jóvenes, / muy jóvenes”. Y hay una fiesta en nuestra memoria colectiva a la que a todos nos gustaría poder regresar al menos una noche. Y mañana es sábado, ¿nos vemos en La Pigmalión?

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