Vacaciones en el mar

    09 oct 2025 / 08:31 H.
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    Corrían los años finales de la década de los setenta, hasta mediados de los ochenta, en los que una serie fue de las más vistas: “Vacaciones en el mar”. Saco a colación esta serie por lo que hemos visto durante varios días: Un grupo de individuos, hombres y mujeres famosos por diferentes motivos, embarcaron en un convoy festivo, vacacional, con emociones incluidas: mala mar, mareos, regreso a puerto, para volver a zarpar con la proa señalando a Gaza. So capa de altruismo y solidaridad con los gazatíes, ocultaban los motivos de la travesía: Ansias de notoriedad, afán de protagonismo para volver a ser el foco de la noticia y abandonar por unos días el anonimato. Tanto la tripulación como los pasajeros tenían programado cómo iba a finalizar el periplo jaranero: Soldados israelíes abordarían el convoy en alta mar para solaz de todos y así poder dar grititos, gesticular, resistirse, proferir insultos, en suma, teatralizar lo que sucedía, conscientes de la repercusión mediática, para al final regresar como héroes, cual Homero arribando a Itaca. “Viaje con nosotros si quiere gozar y disfrute de todo al pasar y disfrute del gusto que da”, que cantaría Javier Gurruchaga. Me apunto, cuenten conmigo.

    FRANCISCO JAVIER SÁENZ MARTÍNEZ


    Curriculums de corta y pega

    En memoria y consideración a Guillermo Fernández Vara: un espejo donde buscarse. Habla la radio de curriculums de corta y pega y, como suele acaecerme, me quedo embelesada con lo que dicen: Fernández Vara no necesitó nunca del “corta y pega” curricular. ¡Sí señor! Cuando se tiene de qué vivir por méritos propios, ni se apetece lo ajeno, ni se precisa rodrigón para sostener la propia derechez, ni se cae en la tentación de falsearse las hechuras delante del espejo del retrete con adendas adventicias. Ni se amaga el percudirle los caireles al contrincante para ocultar los menesteres de lustre en la jaez propia. El político recién “dimitido” del encargo de existir llegó a la política con las alforjas curriculares bien repletas por méritos propios. Tenía de qué vivir porque se lo había buscado a pulso, quemándose las pestañas encima de los libracos de hacerse un porvenir. Por eso no precisaba de hacer horas extraordinarias con cargo al erario para dedicarlas al “corta y pega” de curriculums. Tenía más para prodigar que precisión de arrebañar las sobras en peroles ajenos. No sabía él, ni le importaba demasiado, que toda una hornada de cigarrones a medio cocer se pusiera a restregar sus élitros contra el tronco de la envidia, tratando de sacar lustre de donde no había, para emperifollarse las indigencias. Ahora que lo pienso, vivir de la política antes de tener de qué vivir es un sinvivir de remurguillos.

    SOCORRO MÁRMOL BRÍS / Jaén

    Innovar

    Vivimos un momento de transformación acelerada, en el que la tecnología, los datos y la inteligencia artificial están redefiniendo la manera en que trabajamos, nos comunicamos y consumimos servicios. Esta revolución digital impulsa la eficiencia y abre una oportunidad única para replantear cómo mejorar, de forma tangible, el bienestar de las personas. Y ahí es donde la innovación cobra verdadero sentido. Innovar con propósito implica poner al servicio del bienestar colectivo el enorme potencial de las nuevas herramientas. No se trata únicamente de automatizar tareas o acelerar procesos, sino de crear experiencias más cercanas, sostenibles y adaptadas a las necesidades reales. La inteligencia artificial, por ejemplo, ya no es una promesa lejana: hoy permite personalizar servicios, anticiparse a comportamientos y tomar decisiones fundamentadas en datos objetivos, elevando la calidad de lo que ofrecemos. Ese impacto, sin embargo, no se limita a lo visible. Muchas de las transformaciones más profundas ocurren en los procesos internos, a menudo de manera silenciosa. La digitalización de tareas administrativas, la incorporación de sistemas inteligentes en áreas como recursos humanos o finanzas, o la mejora de la trazabilidad para garantizar la seguridad alimentaria, son ejemplos claros de cómo la tecnología permite operar con mayor agilidad, precisión y responsabilidad.

    La sostenibilidad es otro pilar esencial de esta evolución. Hoy contamos con sistemas que permiten medir con exactitud el impacto ambiental de cada operación y actuar en consecuencia. La capacidad de traducir los datos en acciones concretas, por ejemplo, en la reducción del desperdicio alimentario en el caso del sector de la restauración, marca la diferencia entre prometer cambios y llevarlos realmente a cabo. Todo este cambio cobra aún más fuerza cuando llega al punto de contacto directo con el usuario. En sectores como la restauración, la salud o la educación, las soluciones digitales están rediseñando la forma en que se interactúa con los servicios. Herramientas como kioscos interactivos, sistemas de pago inteligente o aplicaciones móviles no solo agilizan procesos, también ofrecen una experiencia más intuitiva, accesible y personalizada. Además, permiten recoger información en tiempo real, entender mejor a los usuarios y adaptar los servicios a sus expectativas. Sin embargo, más allá de los avances tecnológicos, lo esencial sigue siendo el enfoque. Innovar no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para ofrecer soluciones más humanas, más eficientes y más alineadas con las necesidades reales de las personas. Porque en última instancia, cada avance solo tiene sentido si aporta un beneficio tangible, mejora la experiencia del usuario y contribuye a construir entornos más habitables, conectados y conscientes. Innovar con propósito es, en definitiva, poner el progreso al servicio de las personas. Es entender que la evolución tecnológica no solo debe ser eficiente, sino también ética, inclusiva y comprometida con el futuro que queremos construir.

    CARINA CABEZAS

    Cartas de los Lectores