La traición: capítulo uno
Don Fabián era un hombre de complexión robusta, de manos curtidas por el trabajo y rostro amable, siempre sombreado por una barba entrecana. Durante años había trabajado como mecánico en el pequeño taller del pueblo, un sitio lleno de herramientas, aromas a aceite y motores que resonaban como música para sus oídos. Tenía la habilidad de reparar desde tractores antiguos hasta modernos automóviles, y era muy querido por todos gracias a su honradez y dedicación.
Doña Felisa, su esposa, era una mujer de carácter apacible pero firme, de ojos vivaces y sonrisa fácil. Se encargaba de las labores del hogar con esmero, además de cultivar un pequeño huerto en el jardín trasero. También bordaba preciosos manteles y pañuelos que luego vendía en el mercado local, siempre orgullosa de sus finas puntadas.
Vivían en una casita acogedora de una planta, pintada de blanco, con contraventanas azules y rodeada de un jardín lleno de rosas, azucenas y hierbas aromáticas. El hogar estaba situado a las afueras del pueblo, en un pequeño camino de tierra bordeado de álamos, donde el canto de los pájaros era constante y el aire olía a campo abierto. Desde su porche se podía ver, a lo lejos, el campanario de la iglesia y los campos dorados que se extendían hasta perderse en el horizonte.
Una mañana de un frío invierno, en pleno mes de enero, don Fabián se encaminaba muy preocupado hacia su casa. Acababa de perder el trabajo, por causas ajenas a su voluntad, y le costaba afrontar la situación. Necesitaba reunir valor para contárselo a su esposa y no sabía cómo; temía su reacción, ya que ella no era consciente de su reciente desempleo. Cuando llegó a su confortable hogar, encontró a su mujer en la salita de estar, sin sospechar la noticia que su esposo estaba a punto de darle. Sentada en un viejo sillón orejero, doña Felisa leía tranquilamente una revista de bordados. Él se acercó lentamente a ella, con una expresión seria en el rostro, preparándose mentalmente. La tensión en el ambiente, a pesar de ser cálido y reconfortante, era palpable, aunque doña Felisa aún no fuese consciente de su origen.
ANA CACHINERO / Jaén
El terremoto Donald Trump
La realidad es que los EE UU, con sus multinacionales, sus bancos y el FMI, son los opresores y saqueadores de los países y pueblos del mundo. Las diez empresas más grandes del mundo, por ejemplo, son estadounidenses. Son parte del 1% de la población mundial (unos 56 millones de personas en un mundo de 8 mil millones de habitantes) que se apropian del 45% de la riqueza mundial. La debacle y decadencia del sistema capitalista-imperialista lleva a que un desesperado ultraderechista como Trump lance esta “guerra” arancelaria pretendiendo extorsionar a los países con los que tiene intercambio comercial, incluso sus aliados y subordinados para negociar y sacarles concesiones políticas y económicas. Tan locoide y desesperado ha sido el anuncio de los aranceles, que Trump incluyó en la lista a dos pequeños y remotos islotes solo poblados por pingüinos y focas. Las islas Heard y McDonald, ubicadas a 4.000 kilómetros al suroeste de Australia, solo son accesibles mediante un viaje en barco de siete días desde Perth, y no han sido visitadas por humanos en casi una década.
ANDREU PAGÈS