La búsqueda del silencio

    18 may 2025 / 09:39 H.
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    Al llegar al hotel, Felisa se encontró con un ambiente inesperado. El lobby era un remanso de paz, decorado con tonos neutros, madera clara y detalles en piedra que evocaban la naturaleza. Un hilo musical de melodías suaves flotaba en el aire, mientras el aroma a incienso y hierbas la envolvía, despertando en ella una sensación de familiaridad con lo esencial, lo simple. La recepcionista, una mujer de voz apacible y sonrisa serena, le entregó la llave sin apenas palabras.

    —Bienvenida, Felisa. Aquí encontrará lo que vino a buscar —murmuró, casi como si leyera sus pensamientos.

    Cuando abrió la puerta de su habitación, Felisa se quedó un instante quieta, absorbiendo cada detalle. Un espacio minimalista, donde nada sobraba ni faltaba. La cama, grande y mullida, invitaba al descanso; la mesa auxiliar tenía una sola vela encendida, y la ventana abierta dejaba entrar el susurro del jardín, donde el viento jugaba entre las hojas. Se sentó en la cama y cerró los ojos. Al principio creyó escuchar un zumbido lejano, pero pronto comprendió que era el latido de su propio corazón. El silencio no era una ausencia, sino una presencia que lo abrazaba todo. Inspiró lentamente, dejando que la paz del entorno penetrara en ella como un bálsamo.

    Durante unos minutos, se dejó llevar por la quietud. Sintió cómo las tensiones de sus hombros cedían, cómo el entrecejo se suavizaba, cómo los pensamientos, siempre apresurados, comenzaban a fluir como un río tranquilo. Sonrió para sí misma: por primera vez en mucho tiempo, no necesitaba hacer nada, ser nadie, cumplir con ninguna expectativa. Abrió los ojos, la luz del atardecer teñía de ámbar las paredes. Se acercó a la ventana, extendió la mano y rozó las hojas de una planta cercana. Allí, en ese rincón apartado del mundo, Felisa descubría que el verdadero silencio no era ausencia de ruido, sino un reencuentro consigo misma.

    ANA CACHINERO / Jaén

    El municipio de Paiporta

    La riada se llevó los zapatos de paseo. Y al señor que se los ponía. Un buen hombre. La riada se llevó a tu madre y a sus hijos. Porque tú ya no eres nadie. Los coches negros, rojos y grises flotan en el agua de Paiporta. Luego formarán montañas de muerte. La riada se lo llevó todo y en los garajes quedaron los muertos. El barro cubre tu cara y creces siendo una voluntaria. Una voluntaria contra el cieno, el agua y los muebles rotos. El agua se ha llevado la vida y ha quedado la muerte en los rostros de los supervivientes. Un niño saca barro de una casa mientras vuelve a llover. Al mismo tiempo, en otros puntos de España, miles de coches altamente contaminantes se van de finde en Halloween. Seguimos contaminando a quinta marcha sin importarnos los muertos que dejamos atrás. Miles de barriles de petróleo caen sobre tu cabeza mientras te ahogas en el agua. Cambiamos el clima con nuestro consumo compulsivo. Trastocamos la atmósfera y provocamos una dana que destruye. Tu vida se va con el agua mientras ellos se comen el mundo en un SUV pesado y potente. No nos importa la muerte ajena

    EMMANUEL RUEDA

    A por el ascenso

    La ilusión es flagrante en la ciudad. A pesar de las decepciones de años anteriores, pienso que el Real Jaén ascenderá en el playoff.

    FERNANDO BUENO / Jaén

    Cartas de los Lectores