Hipocresía y cinismo: el doble rasero de Feijóo
Es sencillamente insultante que Alberto Núñez Feijóo se atreva a hablar de transparencia y a exigir responsabilidades al Gobierno de España por el reciente apagón, cuando él mismo practica un silencio cómplice ante la opacidad de Carlos Mazón. ¿Dónde queda su supuesta defensa de la verdad y la rendición de cuentas cuando se trata de uno de los suyos? Y mientras el Ejecutivo comparece públicamente de forma reiterada para informar y dar explicaciones a la ciudadanía, en forma convincente y seria asegurando que todo se sabrá, Feijóo guarda un silencio miserable y cobarde ante las incógnitas que rodean al presidente de la Generalitat Valenciana. ¿Dónde estuvo Mazón el 29 de octubre? ¿Qué hizo? ¿Por qué no muestra la factura de El Ventorro y su listado de llamadas? ¿Qué es lo que pretende ocultar? Feijóo exige transparencia a los demás, pero no se atreve a exigirla en su propia casa. Es el tipo de cinismo político que degrada la confianza pública y convierte la ética en una herramienta de conveniencia partidista. Y lo peor: lo hace con una arrogancia que insulta la inteligencia de los ciudadanos. Si de verdad cree en la rendición de cuentas, que empiece por exigirle a Mazón, si se atreve, las explicaciones que tanto reclama al resto. De lo contrario, sus palabras no son más que ruido vacío y vergonzoso oportunismo.
MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON
Despedida SAS
Señor presidente de la Junta de Andalucía. Señora consejera de Salud y Consumo. Señor director general de Personal y directora gerente del SAS, estando cerca de mi jubilación no quería pasar por alto el despedirme de todos ustedes como máximos responsables de la Sanidad Pública en Andalucía, tras más de 40 años trabajando en ésta. Señores importantes, me despido sin haber conseguido, en relación a la carrera profesional, mi deseo de que cada profesional hubiese recibido la cuantía que le corresponda acorde a la categoría profesional en la que se encuentre, y que se eliminase de una vez por todas el temido mapa de competencias porque resulta ineficaz y no es operativo. Me voy con la conciencia tranquila y el trabajo bien hecho, he pasado por varias categorías profesionales e infinidad de servicios, por tanto, me queda la satisfacción del deber cumplido. Señores importantes, después de todos estos años hay un elemento que sobresale por encima de todo, la calidad profesional y humana de sus profesionales, de todos ellos. A ustedes les diré que les ha faltado decencia para contestarme a los escritos presentados, que han sido bastantes, les ha faltado un compromiso serio y permanente con todos nosotros, y voluntad para haber solucionado los problemas que siguen latentes de la Carrera Profesional. Ahora bien, no piensen ni por un momento que han ganado esta batalla, todos hemos perdido, nosotros económicamente porque así lo habéis querido y mantenido en el tiempo, ya que sus voluntades siempre fueron otras completamente diferentes. No obstante, ustedes han perdido más si cabe, han perdido en confianza, en prestigio, en compromiso, en seriedad, en dignidad, etcétera, aunque podría poner más calificativos. En definitiva, ante una gestión basada en la mediocridad el resultado no podía ser más deficiente.
Señores importantes, cuando se aproximen tanto las elecciones municipales, como autonómicas o generales, les estaré esperando. En este caso les escucharé, reflexionaré y actuaré en consecuencia, cuestión ésta que he echado en falta durante todos estos años. Aunque no debería darles ningún consejo, ya que no son merecedores de ello, porque ni los escucharon ni tampoco los atendieron, permítanme después de 40 años ofrecerles los dos últimos, sin acritud: “no subestimen la importancia de los pequeños actos de amabilidad”, y un segundo, “La persona inteligente no teme la tormenta porque ha aprendido a bailar bajo la lluvia”. ¡Hasta siempre, señores importantes!
CRISTÓBAL CORREDOR GAVILÁN / Jaén
El indomable de Madrid
César Blanco era un hombre alto, delgado, con una postura que parecía desafiar de manera contundente al mundo. Su pelo canoso y ondulado caía salvajemente por los hombros, como si se negara a ser domado. Vivía en el corazón de Madrid, donde el bullicio de la gente se mezclaba con el tráfico intenso de la ciudad y el aroma a café de las terrazas cercanas. Cada mañana, César cruzaba la Gran Vía con un viejo libro en la mano, esquivando turistas sin mirar atrás. Pero ese día, una bulliciosa mañana de primavera, un violín callejero tocaba una melodía en una esquina que lo detuvo en seco. Era la misma que él, en su niñez, solía cantar en el coro de la escuela. La escuchó ensimismado hasta el final.
A su mente le vinieron los recuerdos de aquellas tardes frías y lluviosas, entonando esa canción junto a sus compañeros de curso, siempre pendiente de las indicaciones del profesor de música. Echó unas monedas en una lata, felicitó al músico por su maestría con el instrumento y continuó su camino hacia el emblemático parque de El Retiro. Por primera vez, sentado en un banco cercano a los puestos de chucherías, César sintió que Madrid no era solo su refugio, sino también su destino. La ciudad, con su caos y su magia, lo había abrazado como a un viejo amigo. En el murmullo del Retiro, los árboles parecían susurrarle que aún había historias por vivir.
ANA CACHINERO / Jaén