¿Hay miedo en España a entrar en la cárcel?

    06 ago 2025 / 09:16 H.
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    Más allá de la privación de libertad, o de dormir por la noche de lunes a viernes en la cárcel externa para delitos menos graves, ¿hay realmente miedo de entrar en la cárcel por unos años? Parece ser en parte que no, pues allí se come bien, dan auxilio social, se puede estudiar una carrera, cubren necesidades, dan ayuda económica, puede haber visitas de familiares o cualquier amigo, hacen empastes si se necesitas, hay gimnasio, piscina, si se trabaja un poco pagan, dan ayudas si tiene familia, una dieta por cuestiones de salud o llevan al hospital y así podríamos llegar, en la visita al médico, psicólogo, sacerdote y un largo etcétera. Es dura la privación de libertad, pero con ese trato tan humano y ciertamente exquisito para reinsertar al delincuente, no hay mucho miedo de entrar en la cárcel, a diferencia de otros países de nuestro entorno como Marruecos, o en Sudamérica, donde las cárceles son mucho más duras. Y no es que yo esté en contra de tales medidas, ni a favor en aumentar su dureza, sino quiero reflexionar que la vida a veces para algunas personas, puede ser incluso más dura que fuera de la cárcel pues tienen que luchar para alimentarse y sobrevivir en la calle. El coste de un preso en España entre gastos directos e indirectos es bastante alto, tanto que oscila entre los 35.000 y 40.000 euros anuales, lo cuál no es una cantidad nada desdeñable. Realmente las cárceles, pregunto: ¿Deberían de ser un poquito más duras en España? ¿Realmente reinsertan a los delincuentes? Por los estudios realizados, no parece que vayan a ser un poco más duras, y desgraciadamente, en un porcentaje muy bajo reinsertan a los delincuentes. Las razones son amplias, así que nos quedamos con la eterna pregunta: ¿el potencial delincuente nace o se hace, o le es en parte rentable reincidir?

    EDUARDO ORTEGA

    Golpear al sistema

    El último informe del Ministerio de Sanidad revela una cifra reveladora: en 2024 se registraron 17.070 agresiones a profesionales sanitarios, un incremento del 16% respecto a 2023. Más de la mitad de estas agresiones ocurrieron en Atención Primaria y servicios extrahospitalarios, y en su mayoría fueron insultos y amenazas, aunque se contabilizan casi 3.000 episodios de violencia física. El dato más llamativo: el 78 % de las personas agredidas fueron mujeres, lo que refleja también una dimensión de género. Estas cifras son un reflejo de una sociedad desbordada, donde la frustración se canaliza contra quienes están al frente del cuidado. La saturación del sistema, los tiempos de espera, la desinformación —alimentada por el mal uso de internet— y la falta de herramientas institucionales para la contención, están generando un caldo de cultivo peligroso. Frente a esto, hacen falta respuestas firmes y estructurales: protección real a los profesionales, campañas de sensibilización, protocolos eficaces de denuncia, y una apuesta decidida por la educación sanitaria y el respeto en el trato. Porque no hay sistema de salud que resista si se normaliza la agresión como parte del trabajo médico. Proteger a quienes nos cuidan es una responsabilidad colectiva. Y es también una línea roja que no debemos permitirnos cruzar.

    PEDRO MARÍN USÓN

    Priorizar a las gentes

    En un mundo en constante cambio, tenemos que dar oídos, al menos para algo tan esencial, como atendernos y entendernos mutuamente. Nos requerimos todos, precisamos de muchos diálogos desde una perspectiva poliédrica, al menos para entrar en la solución a las diversas dimensiones, de un problema global que afecta a nuestros pueblos y a nuestras democracias. Sólo hay que observar y ver que el mundo es rico y, sin embargo, cada día hay más pobres a nuestro alrededor. Esto en un planeta avanzado, a manera de este orbe que florece por propio sentido natural, es una contrariedad vergonzosa.

    En efecto, las desigualdades hacen que cada día se acrecienten nuevas formas de esclavitud; me estoy refiriendo al trabajo forzado, la prostitución y el tráfico de órganos. La ciudadanía tiene que hacerse valer y valorar, en un clima de concordia, con derechos y garantías para la acción, no para la desesperación. Prevalezcamos a las personas, generemos vínculos y disfrutemos de la amistad. Trabajemos en comunión y en comunidad, concertando sueños y acordando optimizar sentimientos de hogar, sabiendo que los mandatos no son fines en sí mismos, son herramientas para obtener resultados concretos en la vida real. Quizás sea un buen momento para examinarnos a nosotros mismos y ver hasta qué punto estamos concienciados, para activar la cultura del abrazo sincero, que es lo que fomenta la unión y la unidad entre latidos heterogéneos. Por desgracia, siempre se corea la misma leyenda: cada sujeto no piensa más que en sí mismo. Realmente, no hay cristales de mayor aumento que los propios ojos de cada cual, cuando miran su propio hacer. Nos creemos dioses y, lo que es aún peor, nos pensamos que estamos en la posesión de la verdad más absoluta. Sin duda, no es fácil, aprender a reprenderse; pero también, todo tiene solución, no estamos condenados a la falta de equidad universal. El mundo, como siempre digo, es de todos y de nadie particular. Hay que custodiarlo, por consiguiente, sin excluir a nadie. Para empezar, un cosmos fértil y una economía fecunda, pueden y deben acabar con la pobreza. Lo nefasto es quedarse con los brazos cruzados, ignorando estas dolorosas realidades, de las que todos somos responsables para hacer algo; no digo que, culpables.

    Ahora bien, si pensamos que un sistema de relaciones internacionales basado en la cooperación entre tres o más países, con el objetivo de abordar problemas comunes y alcanzar metas compartidas, conocido como el multilateralismo es fundamental, hagamos lo posible por no dejar a nadie atrás, por priorizar la resolución pacífica de conflictos mediante la plática y la negociación, en lugar de acciones unilaterales y el uso de la fuerza, reconociendo la interconexión de los problemas económicos, sociales y ambientales, manteniendo la estabilidad y la equidad en las relaciones globales. Bajo esta correspondencia de prácticas, todos formamos parte de la casa común; lo que conlleva, que los gobiernos reconozcan los derechos humanos fundamentales, inherentes a la dignidad humana. No obstante, del escuchar procede la sabiduría y del hablar muchas veces el arrepentimiento.

    Presta atención, oye, silencia, juzga poco e interrógate mucho más. Asimismo, una nueva ética supone ser conscientes de la necesidad de que prevalezca una cultura del encuentro y no del encontronazo, como viene sucediendo, instando a que se calmen las divisiones políticas que debilitan la paz. Desde luego, la siembra del terror y los grupos extremistas, el crimen organizado, la militarización de las nuevas tecnologías y los efectos del cambio climático, están poniendo a prueba nuestra capacidad de respuesta ante el desalentador panorama. Con todo, no hay desánimo que no se reanime, sólo hay que ver el entusiasmo de los jóvenes inmersos en el jubileo de la esperanza. Ellos son nuestro optimismo.

    VÍCTOR CORCOBA HERRERO / Jaén

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