Genocidio y hambruna
Genocidio y hambruna
Las imágenes que recibimos de Gaza son atroces e hieren la sensibilidad. Ahora bien, ¿es correcto definir lo que allí sucede como genocidio y hambruna? La Historia nos recuerda muchos genocidios: el armenio a manos de los turcos; el judío, que sufrió las atrocidades del nacional socialismo y mucho más reciente, el de tutsis cometido por los hutus en Ruanda. El genocidio es considerado como el epítome de la maldad humana. ¿El infierno dantesco que padecen los gazatíes, reúne los requisitos para denominarlo genocidio? ¿Se utiliza dicho nombre debido a intereses espurios de índole política? Respecto a la hambruna, quién no recuerda a la de la patata en Irlanda a mediados del s. XIX, el Holodomor sufrido por varias repúblicas soviéticas, en especial la de Ucrania, a manos de Stalin; otro ejemplo sangrante fue el llamado Gran Salto Adelante impuesto a sangre y fuego por Mao Zedong en la República Popular China. Millones de muertos en cada una; la duda que nos embarga: ¿Hace falta un número de víctimas mínimo a partir del cual sea académico utilizar esas dos siniestras palabras? Evidentemente, quienes sufren bajo ese horror, les da igual la semántica; ansían y exigen una solución para vivir y comer, a los de dentro y a los de afuera. Un estómago hambriento no admite argumentos.
FRANCISCO JAVIER SÁENZ MARTÍNEZ / LASARTE
Cómplices del criminal Netanyahu
Durante décadas, Israel ha llevado a cabo una campaña sistemática de desplazamiento, humillación y exterminio del pueblo palestino. Lo que en sus inicios se encubrió bajo el relato de una lucha por la seguridad nacional, hoy se revela como lo que es: un genocidio premeditado y metódico. El fiscal de la CPI ha solicitado una orden de arresto contra Netanyahu por crímenes de guerra y contra la humanidad. Ya no es una cuestión de opinión: es un asunto legal, jurídico y moral.
Netanyahu, a la cabeza de un gobierno que ha normalizado el crimen, está masacrando a los civiles de Palestina. Niños muertos en bombardeos, hambruna, hospitales reducidos a escombros y hogares convertidos en polvo. No es una guerra; es limpieza étnica. Lo que Netanyahu persigue con suma frialdad, es forzar el éxodo palestino. Busca hacer la vida imposible para que quienes sobrevivan al terror se marchen y, apilando cadáveres, borrar Palestina del mapa.
Lo insoportable de esta tragedia no se limita a la responsabilidad de su primer ministro. Según recientes encuestas, una parte significativa de la población israelí apoya sus crímenes. No se trata solo de un líder psicópata: se trata de un consenso nacional que ha normalizado el “apartheid” y el genocidio. Como sociedad, Israel ha cruzado la línea de lo imperdonable.
Quiero recordar que, en los años 30 y 40, el mundo tardó mucho en reaccionar ante el horror nazi. Sin duda, las víctimas de aquellos campos de exterminio repudiarían la conducta de quienes, habiendo aprendido en carne propia el significado del odio sistemático, hoy lo practican. La memoria del Holocausto ha sido prostituida por un régimen que utiliza el sufrimiento de sus antepasados como escudo para justificar la carnicería.
No hay excusa ni diplomacia posible. Lo que Israel hace en Gaza y Cisjordania es inaceptable. El mundo lo ve. La historia lo juzgará. Pero nosotros no podemos esperar al juicio de la historia. Ante la realidad, cualquier país que aún mantenga relaciones diplomáticas o comerciales con Israel sin exigir un cese inmediato de esta barbarie, está colaborando con el genocidio. El mundo debe actuar con una claridad moral absoluta: romper relaciones con el gobierno israelí actual no es una opción, es una obligación moral. Actuar con sanciones y aislamiento. Con un grito firme y universal: nunca más, para nadie.
Y si algún país decide mirar a otro lado, debe ser igualmente aislado. Porque cuando se tolera el genocidio, se participa de él.
MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON / MADRID
Atrapados en el andén del siglo XXI
El siglo XXI avanza a una velocidad vertiginosa. Vivimos una época marcada por cambios tecnológicos, económicos, geopolíticos y sociales sin precedentes. Desde el auge de la informática y los móviles en los años 90 hasta la irrupción de la inteligencia artificial, la robótica y, pronto, la posible conexión entre el cerebro humano e internet, el mundo ha cambiado más en tres décadas que en siglos anteriores.
Y, sin embargo, nuestras instituciones públicas siguen ancladas en el pasado. Persisten viejos problemas: corrupción, privilegios judiciales, uso indebido del dinero público y una creciente desconexión entre ciudadanía y representantes. Todo ello socava la confianza en una democracia que no responde con eficacia a los desafíos del presente.
Mientras el mundo se transforma, la política parece estancada. La polarización, la confrontación constante y la falta de visión a largo plazo impiden una renovación profunda del sistema. Se abre una brecha cada vez mayor entre las posibilidades que ofrece el avance tecnológico y la capacidad de gestión de quienes dirigen lo público.
La sociedad no puede quedarse en el andén viendo pasar los trenes del futuro. Necesitamos instituciones más ágiles, transparentes y conectadas con la realidad. Una política que innove, que escuche, que esté al servicio de todos, no de unos pocos.
El futuro exige líderes con coraje para transformar, no solo para gestionar. Y también una ciudadanía activa, que exija cambios reales y participe en ellos.
Porque si no renovamos la política, corremos el riesgo de quedar atrapados en un sistema que ya no responde a nuestro tiempo.
Hoy, la pregunta de: ¿quién será el maquinista capaz de conducirnos hacia una política a la altura del siglo XXI?, sigue sin respuestas.
PEDRO MARÍN USÓN / ZARAGOZA
Venezuela y un nuevo fraude
El domingo 25 de mayo se llevaron a cabo las elecciones legislativas y regionales en nuestro país. El gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) y sus aliados, según el Consejo Nacional Electoral (CNE), habrían obtenido 4.553.484 votos, el 82,6% del padrón electoral, mientras que los partidos de los distintos sectores de la oposición patronal obtuvieron un 17,3%, discriminados de la siguiente forma: Alianza Democrática obtuvo 344.422 (6,25%); la alianza Un Nuevo Tiempo y Única, encabezada por Manuel Rosales y Henrique Capriles, 285.501 votos (5,18 %) y Fuerza Vecinal sacó 141.566 votos (2,57%). El CNE informó que la abstención habría sido de un 57,4% del total de votantes.
ANDREU PAGÈS