Encauzar la poesía que somos y no el poder que buscamos
El comportamiento de la ciudadanía es plenamente humano, cuando el propio ser vive de la comunión conjunta de latidos en un poema perfecto, enraizado en el amor para conjugarlo con el amar, como única fuerza que nos reconstruye hacia lo bueno y la bondad. Nuestra esperanza está, precisamente, en esa fraternización donante. Sólo una humanidad en la que reine este espíritu de entrega, podrá gozar de una paz auténtica y duradera. Ciertamente, la vida son dimensiones poéticas, que han de confluir en una mística desposeída de pertenencias, haciéndonos ver en el prójimo a uno mismo. El afán dominador es destructivo, pues todos formamos parte de esa inspiración lírica reconstructiva y, como tal, también hemos de ser dueños de sí mismos.
En consecuencia, toda atribución es deber. Cualquier progreso se impulsa, por consiguiente, mediante alianzas. Hay que romper barreras y avivar la comunión de pulsos. Necesitamos sumar esfuerzos, lejos de todo poder despótico y opresivo, corrupto y satánico. Quizás tengamos que ser más multitud conjunta: Poetas en guardia, que es como realmente se comienza con la autocrítica personal y social, favoreciendo la práctica del mando con espíritu de servicio. Moverse y removerse en el ámbito de la ley natural para lograr el amparo colectivo y no de forma déspota, es vital; valgámonos de la estética escucha, alimentada por la ética de la libertad. Personalmente, agradezco ser la pasión creativa del verso, no una rueda del poderío monetario, sino una de las criaturas que son trituradas por ellas.
Canalizar nuestras corrientes mentales, animados por el ejercicio de las virtudes sociales y el perseverante compromiso de una recta voluntad, nos hará actuar con prudencia y discernimiento en las acciones que se deben llevar a cabo. Ante una globalizada incertidumbre que está ahí, en parte debido a las tensiones y a la fragmentación, al debilitamiento del comercio internacional y a los conflictos bélicos, entre otros factores, sólo cabe entenderse. Por tanto, tenemos la obligación los humanos de un cambio rotundo en nuestras existencias, comenzando por la conversión del corazón, que es lo nos hará gentes de palabra y concesión para sanar las instituciones, sus estructuras y las condiciones de vida contrarias a la dignidad humana.
Yo sé que la poesía es ineludible para reencontrarse con lo auténtico y dejar de ser un inhumano; un ser sin alma, al que le mueve únicamente la barbarie de los pedestales económicos. Sin duda, hay que cambiar de ritmo y mirar con otros ojos el quehacer cotidiano que nos llama al sacrificio personal, de solidaridad cooperante y de disponibilidad para promover la atención mutua. Ahora bien, que sepamos que no hay solución militar para ninguna contienda, a la armonía se llega por el camino del acuerdo, jamás por el de las luchas absurdas entre semejantes. Indudablemente, necesitamos tomar un nuevo rumbo más paradisíaco que sombrío; pues, la poesía y no el poder, es el eco de la melodía del cosmos en el latir de los humanos.
No olvidemos que todo ser vive en sus sueños más allá de sus actos; lo que nos demanda a no romper la métrica del buen hacer y mejor obrar. Dicho lo cual, ha llegado el instante precioso y preciso de ahondar en nosotros, con pensamientos nuevos, maravillosos y placenteros. En el fondo, hacer de la vida un poema antes que un mercado de intereses, es una buena orientación hacia la luz, que es lo que realmente puede rescatarnos, enterneciéndonos mar adentro, hacia una civilización donde predomine el verdadero amor. El egoísmo es el enemigo más funesto de una sociedad, que unido al resurgimiento mundial del autoritarismo como agente contaminante de algunas democracias, nos ha de llevar a repensar situaciones y a reconsiderar los ojos del niño que todos llevamos consigo. Volvamos a él.
VÍCTOR CORCOBA HERRERO
¿Progresismo o regresión?
Pipiolo de mi, a estas alturas de la vida pensaba que vivíamos en una sociedad donde rige el mercado libre gracias a la oferta y la demanda. Compruebo con desazón que la clase política, la casta endogámica por antonomasia, ha propinado una patada a los cimientos de la democracia, erosionándolos; la libertad junto con la propiedad privada forman un binomio del que si se secuestra uno de dichos eslabones, la democracia sufre una estocada mortal. Topar los alquileres es una cacicada por parte de quienes conscientes de su inepcia cargan contra ciudadanos de a pie quienes gracias a un trabajo ímprobo y privaciones adquirieron uno o dos pisos que a día de hoy sirven para complementar sus pensiones, muchas de viudedad. ¿Cuándo van a poner tope a sus escandalosos sueldos y prebendas el clan de los políticos? Los políticos practican a las mil maravillas aquello de vestir un santo desvistiendo a otro y se quedan tan ufanos sumidos en sus ensoñaciones creyéndose estadistas de postín. Están destruyendo el mercado del alquiler porque los propietarios deciden vender sus propiedades y vivir sin sobresaltos gracias a unas leyes perniciosas e intervencionistas que los dejan inermes a los pies de los caballos. DEP el mercado del alquiler gracias a quienes lo han manoseado con descaro.
FRANCISCO JAVIER SÁENZ MARTÍNEZ / LASARTE-ORIA
Amanece, que no es poco
Como en la vieja película Amanece, que no es poco, cada día comienza una nueva jornada. Rutinas, noticias, horarios... El tiempo corre deprisa para unos y se arrastra para otros. Todo depende de la percepción, los deseos y las esperanzas. Agosto, mes de veraneo por excelencia, suele marcar un cambio de ritmo. Muchos buscan descanso, otros simplemente apagar el ruido. Pero también es un mes en el que, a veces, irrumpe lo inesperado: el atentado en Las Ramblas, la invasión de Kuwait por parte de Irak en 1990 —que desencadenó la Guerra del Golfo—, o los incendios forestales que cada año nos recuerdan la fragilidad del entorno.
Mientras tanto, los titulares suenan a repetición: tensiones comerciales, currículos falseados, promesas políticas y pretemporadas futbolísticas. Todo sigue igual, como si el país viviera en bucle. Seguimos esperando una regeneración política que no llega: técnicos preparados, ministerios con visión de futuro, reformas educativas reales, participación ciudadana más allá de las urnas. Pero el cambio parece seguir de vacaciones.
Y, sin embargo, el amanecer no falla. Llega puntual cada día. Para unos, con oportunidades; para otros, con la misma rutina. Hay quienes no entienden que, en cada nuevo día, se pierde otra ocasión para transformar un sistema que hace tiempo pide cambios profundos. Tenemos una crisis política, sí. Pero de ahí ni salimos... ni se esperan novedades. Seguimos siendo un país de usos y costumbres. ¿Es esto progreso? O, más bien: “No sé hacerlo de otra forma”.
PEDRO MARÍN USÓN / ZARAGOZA