El taller del escultor
Como cada día al despertarse, Sergio saltó de la cama y posó los pies en el frío suelo de su dormitorio. Miró por la ventana:
—¿Otro día gris y con lluvia? —pensó con pesar.
Pero, al instante, una sonrisa iluminó su rostro. Sergio, con sus 15 años recién cumplidos, sentía en su interior la certeza de que aquel iba a ser uno de los días más importantes de su vida. Con paso decidido, se dirigió al taller de su abuelo, un escultor renombrado en el pueblo. El lugar, lleno de herramientas y esculturas a medio terminar, siempre había sido mágico para él.
Sin embargo, aquel día había algo diferente en el aire. Su abuelo lo esperaba junto a una gran pieza de mármol, con una chispa de emoción en los ojos.
—Sergio, hoy es el día —dijo, entregándole un cincel y un martillo—. Hoy comenzarás tu primera escultura.
Sergio sintió una mezcla de nervios y entusiasmo. Con las manos temblorosas, dio el primer golpe al mármol. A medida que trabajaba, el sonido del cincel resonaba en el taller, creando una melodía que lo envolvía. Las horas pasaron como minutos y, poco a poco, una figura comenzó a surgir de la piedra. De repente, un rayo de sol atravesó las nubes y se coló por la ventana, iluminando la escultura. Sergio se detuvo a contemplar su obra: una figura humana, aún sin terminar, pero ya llena de vida y potencial. Su abuelo se acercó y, con una sonrisa de orgullo, le dijo:
—Has hecho un gran trabajo, Sergio. Esta es solo la primera de muchas obras. Con el corazón lleno de alegría, Sergio comprendió que ese día no solo había iniciado su primera escultura, sino también su propio camino como escultor. El taller, que siempre había sido un lugar de aprendizaje y sueños, se convertía ahora en el escenario de su futuro.
ANA CACHINERO / Jaén
Poética Navidad, la conmemoración universal
Alentados por la buena noticia, el deseo del reencuentro y el abrazo de la ilusión, donde se concentra la mirada clemente y el afán de hacer familia; mientras el niño que todos llevamos consigo, se pone a buscar y a rebuscar sus propios latidos íntimos, para restablecer la visión del poema en los labios; reconozco que el desvelo no puede ser más positivo, pues es nuestra propia existencia la que nos trasciende, para celebrar el don de la vida y concelebrar el empaque de la pureza, como fiesta universal. La contemplativa de un recién nacido suscita normalmente sentimientos de conmoción y de ternura, aparte de movernos y removernos el níveo aliento, para volver a descubrir el calor de un hogar, con el estímulo de la sencillez, la amistad y la solidaridad.
Estamos en un momento meditativo de acogida, de recogerse cada cual consigo mismo, para compartir el gozo de nuestro esfuerzo, que llega a ser más poesía que poder y más luz que sombra, a pesar de los muchos dolores que los humanos nos injertamos entre sí, haciendo del mundo, un manantial de lágrimas y desconciertos. Ojalá aprendamos a reprendernos, para fraternizarnos y reconquistar el gozo de la cueva de Belén, donde nuestro Creador se nos muestra humilde para vencer la soberbia. En consecuencia, acojamos este recuerdo ecuménico como un acontecimiento capaz de renovar hoy nuestra propia savia. Comencemos, porque los encuentros entre unos y otros, nos hagan huir de los encontronazos, poniéndonos en camino de apertura a las necesidades de nuestros semejantes. Con estos sentimientos de bondad y verdad, la estrella que nos indica el camino en medio de la oscuridad y los peligros del mundo, debe sobrecogernos, manteniendo vivo el asombro profundo. Será bueno que nos dejemos cautivar de esta luminosa alegría; donde el Dios con nosotros, camina a nuestro lado, para enseñarnos un modo nuevo de vivir y de amar. Sea como fuere, tenemos mucha necesidad de caricias compasivas, frente a tantas miserias mundanas, que nos deshumanizan por completo. De ahí, la importancia de Jesús en el pesebre, mostrándonos el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanitarios en definitiva. Por desgracia, nos acompañan tantas injusticias, que necesitamos la fuerza del amor, para que los enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación. Ojalá que el auténtico mensaje de solidaridad y acogida, que brota de la Navidad, contribuya a crear una sensibilidad más profunda ante las antiguas y nuevas formas de pobreza, o el bien común, con el que todos estamos llamados a colaborar y a cooperar; en un mundo cada vez más caótico e incluso violento, sólo hay que contemplarlo cada día. En efecto, la atmósfera mundana está llena de bochornos y crueldades. Únicamente, hay que ver la mirada de esa multitud de gentes, completamente perdida con la desesperación y en total soledad, agilizado todo por una cultura digital marcada por discursos de odio, distorsionando de este modo la realidad, lo que genera ansiedad, depresión y, en los casos más graves, pérdida de sentido y suicidio. Tampoco podemos continuar ensombreciendo la luz que ilumina nuestra existencia; en multitud de ocasiones, adormecida o endiosada de absurda prepotencia. Mi propuesta es la de bajarse de lo pedestales, para ponernos a servir latidos y a donarlos, fomentar la senda interna y poder sentir los horizontes del alma como María, que donó su seno virginal al Verbo de Dios. Desde luego, no hay verso más placentero, que la quietud de nuestros órganos, para que se despejen las pulsaciones y se serenen los ánimos. De lo contrario, continuaremos viviendo los días con el ánimo envenenado y la Navidad como una fiesta de consumo sin aprecio alguno; eso sí: con la peor de las prisiones, que radica en un encerrado corazón cerrado y empedrado por la indiferencia.
VÍCTOR CORCOBA HERRERO / Jaén