El museo más famoso, la clave más débil

    09 nov 2025 / 11:15 H.
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    La impactante noticia sobre el “robo digital” al Museo del Louvre, donde la contraseña del sistema de videovigilancia era simplemente “LOUVRE”, resulta tan llamativa como preocupante. Que una institución de esa magnitud haya confiado su seguridad a una clave tan débil demuestra una alarmante falta de cultura digital. ¿Se imaginan la cara de asombro de los “cacos” al descubrir semejante vulnerabilidad?

    Según la información publicada, una auditoría ya había advertido que parte de la red interna del museo seguía utilizando sistemas operativos tan antiguos como Windows 2000. Es difícil creer que el principal museo del mundo proteja su patrimonio con tecnología y protocolos propios del siglo pasado. Este caso no es solo una anécdota curiosa: refleja una desconexión entre la seguridad física y la digital. En una época en que los ciberataques se multiplican, proteger el arte también significa proteger los sistemas que lo vigilan.

    El Louvre debería servirnos de advertencia. Si incluso una institución con su prestigio puede caer en semejante descuido, ¿qué puede esperarse de organizaciones más pequeñas? Urge asumir que la ciberseguridad es ya una forma esencial de conservación del patrimonio. Sin duda, si no tenemos cuidado con nuestra seguridad digital, los engaños y fraudes estarán a la orden del día.

    PEDRO MARÍN / ZARAGOZA

    El “milagro español”

    Su rápida recuperación económica tras su derrota en 1945 fue calificada como “el milagro alemán”. Algunos españoles que fueron a verlo volvieron desengañados: “¡Qué milagro ni qué diablos! ¡Que trabajan como burros!”. Hoy algunos extranjeros alaban la prosperidad española... hasta que se analiza el número de migrantes... y el horario de los trabajadores, a los que los dueños reales de algunos partidos acaban de negar hasta la miseria de trabajar 15 minutos (sí, un cuarto de hora) menos de las 8 horas hoy legales.

    MARTÍN SAGRERA / MADRID

    Inducción al juego

    El 22 de diciembre se celebra el sorteo más famoso de la lotería nacional. Todos deseamos que el Gordo acreciente nuestras cuentas bancarias; desde hace años, somos instigados, tratan de persuadirnos, nos incitan a jugar de una forma sutil, casi subliminal, ¿cómo? Bares y comercios en general exhiben en sus respectivos escaparates réplicas de gran tamaño del décimo que venden en el interior; el ciudadano es atosigado, sufre un pertinaz acoso rodeado de décimos que nos dicen “¿Y si toca aquí?”: una comezón que roe. Los décimos deben mostrarse exclusivamente en el interior de los establecimientos comerciales, detrás de la barra o mostrador, como algo adicional y no como protagonistas, como un imán que nos atrae, un flautista de Hamelin que nos conduce a la cueva; lo ideal sería limitar su venta en las administraciones de loterías. El Estado, quien más gana, debe actuar con la ética y moral por bandera. En el fondo, se trata de agitprop: propaganda dirigida al cerebro y agitación dirigida al corazón: al bolsillo. Un proceder repugnante que hemos normalizado, una anormalidad; otra más.

    FRANCISCO JAVIER SÁENZ / LASARTE-ORIA

    Cartas de los Lectores