El muro insalvable de noticias falsas

    18 sep 2025 / 08:34 H.
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    Reconozco que cuando debato con alguien cuyos argumentos se basan en mentiras, me desarma. Pero no por falta de razones y datos para rebatirlos. Me descoloca constatar, con tristeza y asombro, que vivimos en realidades paralelas, tan distintas y distantes que un muro invisible pero infranqueable se alza entre nosotros. Y así, el diálogo se torna estéril. Ese muro no es de ladrillos y cemento, sino erigido en la desinformación, en titulares manipulados, en emociones exacerbadas..., cimentado sobre el odio y la peligrosa facilidad y velocidad con que se comparten falsedades en las redes sociales. Y lo más alarmante es el rechazo sistemático a todo lo que no encaje en una visión preestablecida de su mundo. A lo largo de mi vida, incluso en los debates más encendidos, siempre hubo espacio para la razón, para el contraste de ideas, para el intercambio sincero. Podías estar en desacuerdo con alguien, pero, aun así, existía un compromiso común: el respeto por los hechos, las fuentes fiables y el pensamiento crítico. El diálogo era posible. La escucha, también. Podías convencer o ser convencido. Pero desde que las redes sociales se convirtieron en el medio principal —y en algunos casos único— de información para muchas personas, todo cambió. La rapidez sustituyó a la reflexión; la viralidad, a la veracidad, la inteligencia, a la estupidez. Y en ese entorno, la mentira se disfraza de verdad con turbadora facilidad. Ahora, como diría Unamuno, solo quieren vencer. Lo peor no es que haya personas que se equivoquen o que crean en una información falsa. Eso siempre ha sucedido. Lo verdaderamente desolador es que, aun cuando se les presentan datos contrastados, hechos irrefutables, pruebas objetivas, se cierran en banda. No escuchan ni quieren escuchar. Porque admitir una mentira es, para muchos, arruinar el relato que han construido sobre sí mismos y sobre el mundo. Y ese vértigo es, para ellos, más insondable que la mentira misma. Así, infundio a infundio, se va erigiendo ese muro que separa no solo opiniones, sino realidades. Una muralla que impide el encuentro, que impide el entendimiento, que impide llegar al otro, que nos fragmenta como sociedad y nos aleja como individuos. Y, a pesar del desaliento, no dudo que la verdad —por incómoda o lenta que sea— tiene un valor irrenunciable. Porque sin ella, no hay diálogo posible. Y sin diálogo, no hay futuro compartido.

    MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON

    Falsas apariencias

    En la ciudad de Linda Nueva, todos lucían perfectos y radiantes. Pero, detrás de cada sonrisa brillante se escondían secretos oscuros. Un día, los espejos mágicos revelaron la verdadera imagen de cada habitante, mostrando arrugas, cicatrices y otros defectos. Descubrieron que la verdadera belleza no residía en las apariencias perfectas, sino en la autenticidad de cada ser. Desde entonces, en Linda Nueva, las sonrisas eran genuinas y las miradas reflejaban la esencia verdadera de cada persona.

    ANA CACHINERO / Jaén

    Adicciones sin regulación

    El mundo de las pantallas carece de regulación, y las plataformas tecnológicas lo saben. Diseñan aplicaciones que atrapan al usuario mediante recompensas constantes, pirateando nuestro cerebro y transformando la rutina cotidiana en adicción. Las notificaciones, los “likes” y los contenidos infinitos se convierten en estímulos permanentes que fomentan la dependencia, mientras el usuario apenas es consciente del tiempo que dedica a estas pantallas. Brasil lidera el uso del smartphone con 5 horas y 30 minutos diarias; España, aunque más moderada, registra casi 3 horas. Aunque la diferencia es notable, ambos países muestran una tendencia al alza que preocupa, especialmente por los efectos sobre la salud mental y la percepción personal. La constante exposición a imágenes idealizadas de cuerpos, vidas y logros genera frustración y comparaciones dañinas, afectando principalmente a jóvenes y adolescentes. Cada año, este fenómeno crece hasta convertirse en un auténtico Estado dentro del Estado, un espacio que consume tiempo y energía que podría dedicarse a relaciones personales, aprendizaje o creatividad. Lo más alarmante es que, pese a la creación de comités de expertos y estrategias para proteger a menores, la regulación efectiva sigue brillando por su ausencia. Los partidos políticos apenas incluyen propuestas concretas en sus programas, dejando que esta adicción digital se expanda sin control. Es urgente abrir el debate público y exigir políticas claras que protejan a los ciudadanos frente a este problema, ya considerado uno de los grandes males del siglo XXI. Es necesaria la creación de redes sociales más humanas.

    PEDRO MARÍN USÓN

    Suciedad en San Ildefonso

    Los vecinos que vivimos en el barrio de San Ildefonso damos vida a una de las zonas más decadentes de nuestra ciudad y, sin embargo, cada vez somos más los que envidiamos residir en otros lugares de la ciudad con mayores servicios. No puede ser que aguantemos basura acumulada en las esquinas, además de los olores del incivismo de quienes pasean.

    ANTONIA ORTIZ CASTRO



    Cartas de los Lectores