El control sobre nuestras vidas
El control sobre nuestras vidas
Nuestra única defensa contra todo es el amor verdadero. Hay que poner alma en la protección y abandonar las armas. Además, si nos tomamos en serio la concordia, debemos apoyar los nexos que nos unen y hemos de financiar a las instituciones que hacen posible la paz. Por desgracia, las tendencias actuales son alarmantes. La violencia persiste por cualquiera de los rincones planetarios y la inseguridad alimentaria incrementa la vulnerabilidad. Es hora de abolir la explotación humana, de una vez por todas, y de reconocer la integridad igual e incondicional de todos y en cada uno de los individuos. Ojalá aprendamos a reconstruirnos humanamente, a ser menos posesivos y más donantes, sobre todo en aquellas zonas de conflicto donde los servicios son más inaccesibles. La espiral del desconcierto y la inhumanidad es manifiesta. No nos hace bien esa situación dominadora, que todo lo avasalla y corrompe; y, aún menos, considerar a los otros como vejatorios y pretender dar lecciones permanentemente, en un orbe totalmente desbocado. Una crisis sobre otra crisis, nos está dejando sin palabras. El descontrol es tan patente, que hasta los grupos armados usan la violencia sexual para controlar territorios y recursos, reclutando combatientes. Tampoco la solución es militar. El único camino a seguir es el decoro y la decencia; la diplomacia, en suma. Entonces no caigamos en la seducción de buscar la seguridad en los éxitos mundanos, en las posesiones y en la superioridad, aprendamos a reprendernos, que será como remar contracorriente.
En cualquier caso, esta situación decadente debe hacernos repensar y no embestir contra todo aquello que nos quita el aliento; la cuestión radica en no lanzarse piedras entre semejantes; puesto que, una minoría privilegiada suele apropiarse el poder contra de la mayoría esclavizada. Sería bueno, por consiguiente, no perder el sentido de la realidad, al menos para ganar claridad interior y no perecer en la incomprensión reinante. La aureola resplandeciente es un camino comunitario, en el que todos somos necesarios e imprescindibles, en contra de la tendencia al individualismo consumista que termina encerrándonos y aislándonos en la búsqueda del bienestar propio, al margen de los demás; cuando de lo que se trata es de construir puentes más allá de las fronteras.
Ciertamente, la vida es un combate permanente, que requiere fuerza y valentía, tanto para resistir los aguijones mundanos, como para poner de relieve la necesidad imperiosa de que las distintas pulsaciones benignas confluyan en una mayor comprensión, armonía y cooperación entre las personas y que los imperativos morales de todas las religiones, convicciones y creencias, incluyan la conformidad, el espíritu tolerante y la comprensión mutua.
Porque el desorden es tan grande que, la práctica del juicio, se ha vuelto especialmente necesario. Con la insensatez rigiéndonos podemos convertirnos fácilmente en marionetas, a merced de las tendencias del momento. Lo sustancial es reconocerse en la misión de custodia estética, no dejándose anestesiar la conciencia de míseras vulgaridades.
El contexto nos insta a trabajar conjuntamente para edificar un nuevo horizonte, en el que se celebre la diversidad de latidos y todos podamos vivir en condiciones de seguridad y dignidad.
Indudablemente, los líderes políticos, religiosos y comunitarios deben rechazar las tácticas divisorias y defender el diálogo en las comunidades y entre ellas. De igual modo, las distintas plataformas digitales han de dar un paso hacia adelante e incorporar salvaguardias que les impidan convertirse en megáfonos del odio.
Dar preferencia a los derechos de la ciudadanía, globalizada como jamás, frente a los algoritmos descontrolados, nos requiere activar la fórmula del sentido común; que no es otra, que la atención como principio, el equilibrio como base y el avance humanitario como fin.
VÍCTOR CORCOBA HERRERO / JaéN
Satélites: nervio vital y objetivo militar
Ayer fue el cielo: la aviación marcó el ritmo de nuestras guerras y nuestras defensas. Hoy es el espacio: las grandes potencias aceleran su control de la estratosfera y la órbita terrestre, conscientes de que los satélites son ahora el sistema nervioso de la humanidad. No se trata solo de lanzaderas y estaciones espaciales, sino de quién controla lo que vemos, navegamos y comunicamos. Más de 12.000 satélites orbitan alrededor de nuestro planeta, esenciales para comunicaciones, GPS, operaciones militares, cadenas de suministro e inteligencia. Inutilizarlos con un ciberataque o incluso un arma ASAT —antisatélite, diseñada para neutralizar satélites— podría derribar infraestructuras vitales sin disparar un solo proyectil. Potencias mundiales como Estados Unidos, Rusia o China ya preparan directamente drones orbitantes, armas antisatélite cinéticas o nucleares, y estaciones espaciales armadas. El dominio del espacio se ha convertido en sinónimo de poder y disuasión. Los satélites ya no son sólo tecnología: son aliados estratégicos, nerviosos y vulnerables. Dan inteligencia, mando, navegación y defensa. Pero su uso militar descontrolado puede desestabilizar el futuro de la exploración pacífica, inundar el cielo de escombros espaciales o abrir una nueva era de confrontaciones sin fronteras claras.
Mientras antes se extendía el conflicto por tierra, mar y aire, hoy el campo de batalla se eleva hacia los cielos y más allá. ¿Qué escenario quedará intacto entonces? ¿Queda algún otro lugar para el enfrentamiento?
PEDRO MARÍN USÓN