El abandono es violencia institucional y social

    18 dic 2025 / 08:22 H.
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    Señor director: me dirijo a usted para denunciar una situación de extrema gravedad en la atención a la salud mental en la provincia de Jaén. No se trata de un error puntual ni de un caso aislado, sino de un abandono asistencial prolongado que pone en riesgo a personas enfermas, a sus familias y a la convivencia social.

    Soy Inés Aguilar Jurado, psicóloga con más de veinte años de experiencia profesional. Durante años he trabajado acompañando a personas con enfermedad mental y a sus familias. Hoy escribo como familiar directa de una persona con enfermedad mental grave que, en Jaén, lleva años sin seguimiento psiquiátrico adecuado, sin tratamiento efectivo y sin acceso a los recursos sociales básicos que el sistema público está obligado a garantizar. Mi hermano vive solo, en condiciones de riesgo, sin reconocimiento de discapacidad, sin pensión y sin una red asistencial que lo proteja. Su deterioro está documentado mediante denuncias, atestados y comunicaciones clínicas. A pesar de ello, la respuesta institucional ha sido la inacción y el silencio.

    A esta falta de respuesta sanitaria se suma la incomprensión social. Como familia, en Bailén hemos sufrido rechazo, presión e incluso hostilidad por parte de algunos vecinos, derivados del desconocimiento y del estigma que sigue rodeando a la enfermedad mental. En lugar de mediación, información y apoyo comunitario, se nos ha dejado solos, expuestos y señalados.

    Lejos de recibir acompañamiento, la familia ha sido culpabilizada tanto por las instituciones como por el entorno social, quedando atrapada entre la enfermedad, el miedo y la ausencia de recursos. Hemos tenido que recurrir a instancias administrativas y judiciales para reclamar derechos básicos que deberían garantizarse de oficio en un sistema público de salud. Este no es un caso excepcional. En Jaén, demasiadas familias conviven con el abandono en salud mental, con servicios saturados, falta de recursos y ausencia de respuestas eficaces. Las consecuencias no son solo clínicas: son sociales, humanas y, en muchos casos, irreversibles. No escribo esta carta para atacar a profesionales concretos ni para enfrentar a vecinos, sino para exigir responsabilidades institucionales y reclamar una respuesta sanitaria y social coordinada. La enfermedad mental no puede seguir tratándose como un problema privado que las familias deben asumir en soledad. Es una responsabilidad pública y colectiva. Mi hermano no es un delincuente. No es un caso perdido. Es una persona enferma a la que el sistema ha fallado. Hacer visible esta realidad es una obligación ética. Callarla es seguir siendo cómplices.

    INÉS AGUILAR JURADO / BAILÉN

    El pasado pintado de rojo

    Marina estaba radiante con su vestido blanco, lista para la cena de ensayo con su futuro esposo, Diego. Pero, una sombra de duda la acompañaba desde hacía semanas antes de que llegara su día más esperado. Un rumor persistente aseguraba que Diego tenía un pasado oculto..., un pasado como payaso de circo.

    La idea parecía algo más que absurda. Diego era un abogado muy serio, respetado por todos, con una imagen impecable de cara a la sociedad. Aun así, la curiosidad de Marina había nacido el día que encontró una foto antigua en el ático de su abuela: un joven de cabello castaño, sonrisa pícara y traje de payaso la miraba con una inquietante familiaridad. Aquella noche, en la cena, Marina no pudo evitar observar a Diego con detenimiento. Cada gesto, cada sonrisa, le recordaba al payaso de la fotografía. Decidida a aclarar el misterio, pidió ayuda a sus amigas, Lucía y Ana, para investigar el pasado de Diego. Las tres iniciaron una pequeña misión detectivesca. Revisando la casa de Diego, encontraron un viejo álbum de fotos y, entre imágenes familiares, otra fotografía del joven payaso. El rompecabezas comenzaba a encajar. El siguiente paso fue visitar el antiguo circo donde, según los rumores, Diego había trabajado. Allí, un viejo tramoyista los reconoció enseguida.

    —¡Claro que me acuerdo! —exclamó con nostalgia—. Diego, al que lo llamaban como el Payasito Sonrisas. El mejor que he visto jamás. ¡El público lo adoraba!

    Marina se quedó algo más que helada. La verdad era innegable: Diego había sido, directamente, un auténtico payaso. Pero aún faltaba la pregunta esencial: ¿por qué ocultarlo? Más tarde, Marina decidió enfrentarlo. Lo llevó al viejo circo, al lugar donde su pasado continuaba más que vivo. Allí, acorralado, Diego confesó. Sí, había sido payaso durante su juventud. Era un sueño que cumplió antes de estudiar Derecho. Tenía miedo de que lo juzgaran o de que no lo tomaran en serio como profesional, y por eso escondió esa parte de su vida. Lejos de decepcionarse, Marina se sintió algo más conmovida. Descubría una faceta nueva de él: alegre, creativa, auténtica.

    En la cena de ensayo, Marina sorprendió a todos con un discurso en el que habló del pasado de Diego. Resaltó la valentía para perseguir sus sueños y la capacidad de reinventarse. Los invitados, emocionados, aplaudieron con mucho entusiasmo.

    Diego, con el corazón en la mano, agradeció a Marina su comprensión. Esa noche, bajo la carpa del antiguo circo donde nació su pasión, su amor se fortaleció aún más: unido por un secreto revelado y una verdad que los acercó para siempre.

    ANA CACHINERO / JAÉN

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