Aprender unos de otros; es tan necesario como justo
La globalización nos ha puesto en bandeja de que estamos vinculados entre sí, lo que requiere cultivar la convivencia y dejarse acompañar, con la predisposición de la acogida y el deseo de compartir experiencias. En consecuencia, nuestra primordial tarea es hacer familia, sumar fuerzas y trazar objetivos conjuntos, no vivir los unos contra los otros, sino en el otro, abriéndose a nuevos horizontes universales, sin abecedarios que nos enfrenten, ni muros que nos separen, utilizando los lenguajes del corazón, que es lo que hace espigar el sentido compasivo. Lo importante reside en no desfallecer, tampoco se trata de vivir de nadie, sino de donarse para que las alianzas sean posibles y la concordia inunde nuestros pasos, ofreciendo el buen poso de la amistad.
En unión y en unidad todo es posible llevarlo a buen término, comenzando por la crisis del hambre actual que no se debe a la falta de alimentos, sino a la desigualdad, los conflictos y las decisiones políticas, y acabando por la inseguridad, como es cualquier actividad nuclear que puede dar lugar a una escalada con resultados catastróficos. Sea como fuere, no debemos olvidar el desastroso legado de más de dos mil pruebas con dichas armas que se han llevado en los últimos ochenta años. Desde luego, las potencias nucleares deben retirarse, dejar de jugar con el futuro de la humanidad. El mundo precisa de una prohibición real y vinculante de dichos ensayos, ya que toda persona es titular del derecho inviolable a una vida íntegra, también desde el punto de vista anímico.
Quizás tengamos que antes aprender a reprendernos a nosotros mismos, al menos si queremos vivir en el amor y en la verdad, sabiendo que el diálogo sincero es el camino hacia el encuentro de unos y de otros, más allá del odio y el prejuicio. Por ello, en lugar de artefactos, demos abrazos; pongamos alma y no armas, demos aliento y moral y no repitamos los errores del pasado. Ayudémonos a sobrellevar la creciente pobreza, a que cese la multitud de conflictos y el sufrimiento humano generalizado, pongamos el tesón en aminorar fuegos injustos que nos destruyen, siendo operarios de esperanza. Jóvenes y adultos, tenemos un papel concreto que desempeñar; hagámoslo sin miedo, juntos, podemos demostrar que cuando actuamos en coalición, conseguimos lograr el cambio.
Es ineludible, por tanto, dedicar un esfuerzo adecuado a la formación en valores. Aquí es fundamental la experiencia del silencio, de la escucha, así como de la contemplativa hacia todo lo que nos rodea. Dejémonos de endiosarnos, bajemos a nuestro interior, compartamos pasos e interroguémonos sin cesar. Pensemos en cuantos trances se podrían evitar y resolver así, poniéndonos en sintonía con los demás, mediante el sincero deseo de entenderse y atenderse recíprocamente. En efecto, las naciones han de fusionarse, ya no sólo para desarrollar los marcos que nos permitan convertirnos en una civilización multiplanetaria, sino también para evitar la incitación de afrontar situaciones nuevas con sistemas antiguos.
Cumplamos, pues, con nuestros principios comunes de acoplar pulsos y de hacer las debidas pausas, centrándonos en la ciudadanía y concentrándonos en el esfuerzo de dar vida y de donarla. Ahí radica el avance de la generación, en sumar buenos propósitos y mejores quehaceres, hermanados con nuestras diferencias, pero adheridos, siempre. Las divisiones no son buenas para nadie. El único camino posible es la armonía, lo que nos demanda un mayor trabajo humanitario como obligación estética. De lo contrario, nos volveremos inhumanos y el futuro será un auténtico infierno de bombas e intereses mundanos. Al fin y al cabo, nos conviene desechad la falsedad y volver a ese orbe auténtico; cada cual, con su prójimo, para hacerlo próximo siempre y tenerlo a nuestro lado.
VÍCTOR CORCOBA HERRERO
El gran fraude de lo concertado
Por qué desviar dinero público al sector privado si su objetivo es el beneficio, no el bienestar? Escucho a muchos tertulianos preguntar qué hay de malo en la cooperación, según ellos positiva, público/privada. Parecen no entender que cuando se deriva dinero público a empresas privadas —colegios, universidades, hospitales todos ellos concertados—, una parte considerable del montante ya no se invierte en mejorar los servicios, sino que pasa a ser beneficios de las sociedades mercantiles que acaba en los bolsillos de directivos e inversores particulares. Así, la supuesta cooperación se trueca en parasitismo. De igual forma, quien ha contratado un seguro médico privado tendrá los servicios que su póliza cubre; pero no recibirá el tratamiento más adecuado a su dolencia: prima el coste y la cobertura pactada, no la necesidad médica real. Estos tertulianos argumentan con malicia que se ha incrementado el presupuesto en sanidad. No me vale pues ese aumento también irá a accionistas privados. Y, con la enseñanza, lo mismo. Los centros privados, al responder a la lógica de mercado, priorizan el beneficio económico. Esto choca con el objetivo principal de un servicio público: garantizar el acceso y la calidad para todos.
Cuando lo público se privatiza, el derecho se convierte en negocio. Y en los negocios, el beneficio importa más que las personas. Tertulianos de derechas, ¿lo entendéis ahora?
MIGUEL FERNÁNDEZ-PALACIOS GORDON / MADRID