Zabaleta: tiempo y recuerdo

01 dic 2025 / 08:29 H.
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En la asentada “Feriarte”, celebrada en Madrid el pasado mes de noviembre, se han mostrado cinco cuadros de Rafael Zabaleta que no encontraron comprador. El tiempo parece correr tras intereses ajenos a esta “Asunción de la Virgen”, óleo sobre lienzo, 162 x 106 cm, pintado en 1942 y subastado el pasado 9 de octubre, sin encontrar postor testificando así la orfandad de su temática y la ignorancia de los recién aterrizados al coleccionismo, incapaces de percatarse del interés de la obra, tanto por su poética, cuanto por su mirada de retorno a un concepto compositivo de equilibrio simétrico de posteriores consecuencias en el devenir de un Zabaleta más informado de cuanto suponía la crítica de aquel tiempo. Zabaleta percibe cuanto desean ocultar las directrices oficiales de aquel momento y se conduce con los cantos de sirena de aquella primera Nacional de Bellas Artes, ajena a los intereses de la Galería Buchholz en la que, por vez primera en España, figura una critica de arte pagada por un galerista. De aquí la necesidad de estudiar la obra del plástico al margen de las directrices de cualquier catecismo vanguardista, tan particularmente seguido por la crítica española, tan atenta a las consignas culturales, como ajena a los valores formales que, al cabo, son los que permiten precisar el valor y la catalogación de una obra de arte.

Perfiles, entre otras cosas, que sintetizan la objetividad de cualquier retorno, aunque fuese ese cierto retorno al orden que se deja ver en la rigurosa composición de esta obra, por cierto, no admitida por el jurado de la Exposición Nacional de 1942. En cualquier caso, el cuadro no parece formar parte de cierta estrategia ahormada a los tres conceptos de poética pictórica contemplada por la cultura oficial. Parecería, pues, que Zabaleta concibe esta obra sobre una mixtura de magros y grasos equilibrados con el fin de obtener las texturas aterciopeladas sobre las que descansa el andamiaje de la pieza que aquí nos ocupa, procedente de un tiempo de zozobra vivido por el autor que, a modo de contrapunto, nos desvela una narrativa europea y, también tras la mudez del guerrear español, cierra un ciclo de Zabaleta y deja paso al siguiente.

En efecto, después de una breve retención de quince días en el campo de concentración de Santiago de la Espada, Rafael decide trasladarse a Madrid donde creé que le será más fácil pasar desapercibido; sin embargo las enemistades las tiene contraídas en su propia geografía donde se solapan su condición de señorito anterior al 36 y el nombramiento y desempeño del cargo de Delegado del Tesoro Artístico Nacional durante los siguientes años de guerra. Sea por una causa o la otra es lo cierto que se sigue la pista del pintor y el 8 de noviembre de 1939 se dicta orden de prisión contra el plástico que ingresa en la prisión provisional de Madrid (calle del Barco nº 24) el 1 de diciembre y, 13 días después se traslado a Jaén, en cuya prisión pasó hasta el 22 del mismo mes, que se decretó “prisión atenuada en su domicilio” de la calle Nueva de Quesada. Situación que mantuvo el recluso Zabaleta durante cuatro meses; esto es: “hasta el 23 de abril de 1940 que le fue comunicado el sobreseimiento del procedimiento sumarísimo de urgencia instruido por el Juzgado Militar nº 7 de Auditoria de Guerra del Ejército del Sur declarándosele libre de toda responsabilidad”.

Tras ese período el pintor comienza a recomponer su vida de propietario agrícola después de haber pasado algún tiempo en el campo de concentración de Santiago de Calatrava y en la cárcel de Jaén. Cuando puede se traslada a Madrid y conecta con sus antiguos compañeros, especialmente con Pedro Bueno. Asiste a tertulias y se dispone a buscar reconocimiento en el panorama artístico del momento. Manda una obra a la primera Exposición Nacional de Bellas Artes de 1942. Esto es, la celebrada después de la inaugurada por Manuel Azaña en 1936, y le es rechazada lo que le supuso cierto malestar al contemplar expuestas las de sus amigos Pedro Bueno, Eduardo Vicente (ambos premiados con Tercera Medalla en la citada Nacional) y dos esculturas a Manolo Hugué en la muestra inaugurada por el Jefe del Estado el 11 de noviembre de 1942.

Mas Zabaleta ha previsto celebrar la primera muestra personal y cuenta con la inestimable ayuda de Hugué quien le da una carta de recomendación para Aurelio Biosca. El pintor y galerista catalán, había adquirido una casa en el número 11 de la calle Génova para instalar una galería con dos plantas, inaugurada con una exposición del escultor José Clará en 1940; convertida, andando el tiempo, en lugar principal para la renovación del arte en el Madrid de posguerra donde la figura de Rafael Zabaleta logró ocupar un lugar preponderante, merced a una poética que tiene que ver con su tierra de nacimiento. Línea, por lo demás que se deja ver en la parte inferior del cuadro aquí reproducido, pintado en 1941 y rechazado, como venimos anunciando, en la Exposición Nacional de Bellas Artes, pasando a la colección de Eugenio d´Ors como regalo del artista, de cuyos descendientes ha pasado a la subasta referida.


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