Yo inventé la UCD

    26 jun 2025 / 08:45 H.
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    Qué petulante, ¿verdad? Quizás quedaría mejor añadiendo al título el adverbio “también”. O mejor aún, diciendo “Yo fui, entre millones, uno de los españoles que inventaron la UCD”. Hace ya no sé cuántas décadas, salimos de una dictadura y entramos en una democracia. Fue un paso tan ejemplar, que medio mundo quedó asombrado de esta transición modélica, sin enfrentamientos inútiles, sin egoísmos, sin desquites y represalias. Detrás de estas actitudes existía, realmente, miedo y desconfianza. Nadie —o casi nadie—, deseaba el disparate fratricida del 36. La paz entre unos y otros fue la vencedora. Vimos en las mesas decisorias a Manuel y Santiago, a Felipe y Adolfo, a Torcuato y Juan Carlos, a Alfonso y... Pelillos a la mar... Hubo inteligencia, perdón, coherencia y reconciliación. Todos cupieron en aquel refugio polícromo. Bajo las siglas UCD comprobamos que acudieron socialdemócratas, liberales, democristianos, socialistas y hasta ciudadanos procedentes del régimen anterior y de otras filiaciones. Había nacido un nuevo Estado. Había llegado el consenso necesario para iniciar una nueva andadura en paz y progreso. Una de las claves fue el olvido. Todavía estaban vivos algunos protagonistas del conflicto bélico, de este lado y del otro, pero nos dieron una lección de gallardía y nobleza, difícil de asumir en muchos casos. Todavía nos quitamos el sombrero al recordarlos. También es cierto que aquella apuesta duró lo que duró, pero nadie puede quitarle el mérito de haber contribuido al nacimiento de un Estado moderno, en consonancia con los países de nuestro entorno y civilización. Cuando vemos y oímos los tiras y aflojas de estos últimos años, nos inunda la tristeza y nos acordamos que políticos y ciudadanos de hace medio siglo, fueron capaces de avenirse a un entendimiento auténtico, dando el brazo a torcer cuando era necesario y cediendo en posturas seculares. Lo que es poco edificante y honesto es rehacer la conflictividad y la desavenencia como arma de consecución de nuestras pretensiones. La democracia, con los defectos que pueda acarrear, es la mejor forma de solvencia para vivir en paz y obtener un fruto del trabajo y de proyectos que nos exigen los tiempos.

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