¿Y después qué?
La enfermedad no se manifiesta. No tengo síntomas. Sin embargo nació conmigo. Lo sé. Está aquí. Ocupa un lugar preeminente en mi vida. Silente, oculta, late a espera de la hora. Entonces aparecerá. Sí. La semilla del exterminio brotará. En un pronto, como las setas aparecen un día en la sierra ¿Y después? Después abandonaré este cuerpo herido, nefasto, corrupto, inútil. Lo abandonaré yo, que soy otra cosa. Yo soy otra cosa. Yo distingo el cuerpo mortal “del otro yo”, de “lo” otro, que no es cuerpo. Conozco la diferencia. Hay diferencia entre la burda materialidad y yo mismo. Es claro que somos cosas distintas. El cuerpo responde con fidelidad a dictados de las leyes físicas. Yo soy el observador. Soy el inquisidor que contempla el campo y sueña. Él y yo no somos uno solo. Somos dos. El mundo se compone de un conjunto de conjuntos ayuntados de a dos. Es tan ingente que no hubo sabio capaz de reagruparnos, contarnos y definir nuestras reglas. El cuerpo se quedará. La materia tornará a sus raíces. El polvo regresará al polvo. Cuando me libere de él, entonces yo viajaré ligero —haz de luz, entre las luces— por las galaxias infinitas, desde la eternidad hasta la eternidad, eternamente.