Vox y el voto obrero
Después de un verano marcado por los graves incendios forestales sufridos y el permanente genocidio en Gaza, dos hechos que ponen de manifiesto la clara necesidad de la política como el único instrumento viable pa-ra resolver problemas, el CIS nos sorprendía a principios de agosto con una interesante encuesta sobre intención de voto. Advierte el CIS que el partido de Abascal gana fuerza entre obreros y parados.
Lo preocupante de este análisis demoscópico es que evidencia que Vox no es ya un partido de una élite de extrema derecha, cuyos seguidores son en su mayoría gente acomodada, clasista y jóvenes varones machistas que defienden la supremacía del varón, sino que deja claro con datos, que un partido claramente declarado antisistema, entiEstado, antipolíticas públicas, antiinmigración, antiayudas sociales, antipobres, antipaz y antifeminista gana adeptos precisamente entre las principales víctimas de sus políticas en caso de gobernar: pobres, clase trabajadora y parados. Es decir, que Vox encuentra ya un sólido apoyo entre las capas más bajas de la clase trabajadora y los sectores sociales más humildes.
¿Cómo es posible que un partido como Vox, con esos postulados, cuente con semejante apoyo y siga creciendo? Son muchos los libros, ensayos y análisis que nos arrojan luz y advierten sobre las consecuencias de la realidad política actual, incluso ofreciéndonos paralelismos con situaciones que nos han llevado ya a Europa a los peores escenarios bélicos en el pasado siglo. Pero, a pesar de todo, nuestras democracias siguen deteriorándose, repetimos lo peor de nuestros errores del siglo XX, y los partidos siguen sin cambiar sus formas y estrategias y sin estar a la altura de las circunstancias. El genocidio de Gaza no se frena, incomprensible con una ONU que se creó para eso.
Es evidente que hay que parar el discurso antipolítico que insiste en que “nada funciona”, que los partidos tradicionales son corruptos, que los sindicatos han abandonado a la gente y que el Estado no protege. Y el discurso contra la inmigración que convierte al inmigrante en el “enemigo” al que culpar de la inseguridad, la falta de empleo o la pérdida de servicios públicos.
Es imprescindible recuperar la fe en la política de esos barrios obreros y zonas empobrecidas, donde las personas llevan años sintiendo que pierden poder adquisitivo, que no son escuchadas y que nadie se ocupa de sus problemas. Unir fuerzas democráticas. El discurso de Vox se cae como un castillo de naipes, si se combate con sus mismas estrategias desmontando sus mentiras:
Vox protege a los ricos, no a los obreros. El problema no son los inmigrantes, son los abusos empresariales. Dicen defender al trabajador, pero votan contra el salario mínimo. Hablan de seguridad, pero sus recortes generan más inseguridad. Dicen defender a la familia, pero quitan apoyos a mujeres, jóvenes y dependientes. Su “patriotismo” llena los bolsillos de multinacionales, no de españoles.
El auge de Vox entre obreros y parados no significa que estas personas se hayan vuelto reaccionarias de repente. Significa que sienten abandono y buscan una voz que hable por ellas. Hoy, esa voz la ofrece la extrema derecha con un mensaje peligroso y engañoso. La política democrática no puede limitarse a criticar o demonizar a estos votantes. Tiene que ofrecerles soluciones reales, presencia cercana y un relato que devuelva la esperanza. Solo así se evitará que España repita lo que ya hemos visto en otros países: el debilitamiento de la democracia desde dentro.