Volver a ser humanos

20 ago 2025 / 08:55 H.
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Consumimos películas. La elección no es libre: el algoritmo recomienda según el interés de la productora que financie, al margen del “boca a oreja”. Una forma de censura asumida. La película mostraba la vida acomodada en Nueva York. El diálogo expresaba: “estoy aquí por la conferencia sobre compasión hacia el sinhogarismo”. El cine, instrumento geoestratégico para difundir el modelo, ajeno a lo humano, individualista estadounidense: un Estado donde los derechos se miden por el poder adquisitivo. La compasión, recurso graciable cuando faltan derechos, hacia las personas sin hogar; y la calificación de vagos y maleantes que les atribuye Trump. Vales si tienes dinero; si no, no eres reconocido. Igualmente lo aplica al respeto por las Países. Este enfoque geopolítico busca un contrato social desde el totalitarismo. La crispación es constante. El odio se extiende como una forma de relación mediante colaboradores necesarios. La tradición europea es humanista. La persona está en el centro. Defiende su dignidad, su libertad, su derecho a vivir sin miedo; frente al “humanitarismo” que socorre cuando ya es tarde, un medio, sí, pero insuficiente. La venda no cura la herida que no se evitó. Cuando se renuncia al humanismo, la guerra se convierte en la salida rápida al conflicto. El genocidio se justifica desde su ética como “la solución” que borra al adversario.

La corrupción se normaliza. Y el odio se acepta como lenguaje político. Después se apoyan en el humanitarismo filantrópico que consuela, pero no evita el desastre. Hannah Arendt afirmo en contra del totalitarismo, “el derecho a tener derechos”. Lo contrario es negar a la persona la condición humana. El humanismo no es teoría. Es respeto a la diversidad. Solidaridad. Educación para la convivencia. Democracia real. Instituciones que funcionen. Considerar que la vida pública se erige entre todos; que el gestor no es dueño del recurso sino servidor a la ciudadanía. No basta indignarse, hay que comprenderla y asumir soluciones. La ética cristiana y católica se centra en la dignidad de la persona, sostiene la solidaridad y el reconocimiento del otro como hermano, en sintonía con el humanismo. ¿Cómo es posible que un país con nuestra tradición, surjan actitudes contrarias al humanismo? La actualidad lo demuestra. En Gaza, miles de personas mueren en medio de una invasión que se prolonga con la complicidad del silencio. Ni comunicados ni ayuda humanitaria sustituyen la obligación de impedir la matanza. Lo mismo ocurre con los incendios en España. Cada verano se improvisa. Se felicita a bomberos y voluntarios. Se habla de solidaridad. Pero se repite la falta de prevención. Se actúa tarde. No basta culpar. ¿Por qué no se denuncia la incompetencia previa? No se puede aceptar como normal que mueran inocentes en Gaza, ni que nuestros montes se quemen cada verano como una fatalidad inevitable.

El humanismo no es llorar a las víctimas, prevenirlas es responsabilidad colectiva. Es defender lo común, la vida, los valores democráticos, el respeto como norma. El humanismo no es un lujo moral, es una necesidad. Sin él, todo se reduce a intereses y rencores.

Con él, la sociedad se cohesiona. La elección es: ¿resignarnos al miedo o apostar por la dignidad? Si se abandona el humanismo, lo que llega después es peor. Conviene recordarlo.

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