Vivir del Estado

    18 oct 2025 / 11:37 H.
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    Es increíble que, a estas alturas de la historia de las economías capitalistas y después de haber podido comprobar cómo funcionan, todavía nos bombardeen a diario con consignas y con mentiras que a pesar de ser lo contrario a la realidad demuestran un extraordinario efecto de convicción. Estoy cansado de tantas falsedades difundidas hasta hace poco por la derecha ultra y ahora sin descanso por parte de la ultraderecha. No es verdad que los pobres, las clases desfavorecidas o la clase trabajadora se aprovechen del Estado. Es una falsedad y los hechos demuestran justo lo contrario. No es cierto que los trabajadores y sus representantes, sindicatos o partidos de izquierdas, quieran vivir a expensas del Estado y de las rentas que producen los demás. Afirmar esto no tiene fundamento, además, es una contradicción ya que es imposible crear riqueza sin el trabajo y los propietarios de ese trabajo solo reciben una mínima parte del valor total que generan con su colaboración en la producción.

    Todo esto no es más que uno de los mitos difundidos por la derecha como el de vincular la promoción de la competencia con los intereses de las empresas, como si esa fuera la práctica habitual. Absorber otras empresas, fusionarse entre sí, montar holdings o cárteles, todo esto no es más que la concentración y la centralización que es y ha sido siempre la lógica imperante del capitalismo. No existe un sector económico en el que el camino marcado no sea el de que cada vez haya menos empresas para dominar el mercado. A las derechas les encanta este dios, este mantra, el mercado. Pero les gusta mucho más un mercado sin competencia y cuanto más protegido esté por el Estado y por unas normas promulgadas al dictado de la banca o las grandes empresas, pues mucho mejor. Hay miles de leyes, desde las directrices más concretas a leyes generales, que han salido de los departamentos de las grandes empresas hacia los parlamentos sin que el intento de beneficiar a la gran mayoría de la población haya podido modificar ni una coma. Ninguna gran empresa quiere una competencia que haga eficiente un mercado y por eso son los principales causantes de su desaparición. Lo que buscan es influir como sea para que los gobiernos les concedan privilegios y más poder de mercado y legislen siguiendo sus intereses.

    De estos temas los españoles sabemos muchísimo ya que desde hace siglos los grandes negocios en nuestro país siempre han prosperado al cobijo del Estado o, mejor dicho, por la invasión con la que han sometido al Estado los estamentos nobiliarios, eclesiásticos o militares usando la violencia física, material o moral cuando les ha interesado defender sus intereses o los de plutócratas y oligarcas, ahí está nuestra historia. En España hay muchas empresas que viven de las subvenciones, hoy día seguimos reproduciendo ese capitalismo castizo del siglo XIX que busca los beneficios y la riqueza con la protección del Estado. A los capitalistas españoles, a pesar de que ya estamos en la Unión Europea y abiertos al mundo, les aterra el mercado y la competencia. Pero todavía hay ingeniería financiera, producto nacional, que vive de las subvenciones y del Estado. En nuestro país sabemos por los datos que a quien más benefician las transferencias monetarias del Estado es a los grupos sociales de mayor renta. La banca, las grandes fortunas, las grandes empresas no existirían como tales en nuestro país sin la ayuda del Estado. Olvidan nuestras élites hablar de las ayudas directas o indirectas de todo tipo que reciben los grandes oligopolios y los bancos por parte del Estado y olvidan las decisiones de gasto que toman los gobiernos sin otro sentido que proporcionarles negocio tras negocio.

    Por eso es una desvergüenza, es mentir y es de un cinismo tremendo escuchar a las élites quejarse y referirse a los subsidios que recibe la gente necesitada con términos como mamandurrias, paguitas o chiringuitos mientras ocultan y olvidan que nuestro Estado ha sido ocupado y parasitado por esas élites desde su nacimiento y ese ha sido el verdadero pesebre y el verdadero chiringuito.

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