Verano con Agatha Christie

30 ago 2025 / 09:23 H.
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He pasado agosto en compañía de novelas de Agatha Christie, ideales para leerlas junto a una ventana que mire al mar. Leo libros policíacos desde hace unos cuatro años, no más —salvo a Simenon—. Francisco Umbral decía que si Agatha Christie cita una taza en un relato, es porque esa taza tiene alguna relación con el crimen, pero que si Marcel Proust saca a relucir una taza es para escribir páginas y páginas sobre ella, para reflexionar sobre todas las connotaciones posibles de la taza con su prosa deslumbrante y lenta. Siempre preferí la taza de Proust, claro. Pero las novelas de Agatha Christie atrapan, tienen diálogos trepidantes, descripciones de trazo fino con la precisión de una pintura hecha con palabras, una narración absorbente y adictiva llena de misterio, y un humor de fondo, o pinceladas humorísticas, que contribuyen a restar oscuridad a la trama. Se han vendido más de dos mil millones de ejemplares de novelas de Agatha Christie en todo el mundo. Impresiona. Y existe una diferencia esencial entre la personalidad de Agatha Christie y la de George Simenon, que se traslada a la literatura. Agatha Christie fue una señora adinerada y burguesa, que acudía en Londres a los estrenos teatrales admirada por todos. Y Simenon fue, pese a su notabilísima fama literaria, un escritor maldito, que pasaba muchas horas sentado en sillones tapizados de rojo de burdeles de París donde observaba la sordidez de la vida. En las novelas de Simenon la nieve estaba sucia.

Agatha Christie, decíamos. En “El templete de Nasse-House” (1956), libro recién reeditado por Espasa, la trama transcurre ágil, con un estilo directo, muchos diálogos (como en todas las obras de esta autora), y con un permanente fondo de la intriga. Es una historia sobre una mansión ubicada en el campo (como la que tenía la autora), con un tono festivo pese a la tragedia del crimen, que aquí no se da hasta mediada la narración. Aparece Ariadne Oliver, un personaje que se parece a la propia AC, una escritora que habla mucho sobre las técnicas literarias de las novelas detectivescas . La señora Oliver también está en “Las manzanas” —otro libro recién reeditado—, historia conmovedora y tremendamente oscura, en la que resulta notable la influencia que las lecturas de Shakespeare ejercieron sobre Agatha Christie. Porque ella amaba el teatro en general, pero sobre todo a Shakespeare. Escribía, insistimos, novelas adictivas, con descripciones contundentes. Como: “Contra la puerta se apoyaba un policía muy alto, que vestía un uniforme azul intachable y miraba con ojos inexpresivos”. O bien: “Luego está Michael Weyman, un arquitecto joven y guapo, con una belleza áspera, de artista”. Y el hallazgo colosal de Hercules Poirot, que protagonizó 32 libros de Agatha Christie, ese detective extravagante y elegante, que hace funcionar sus “pequeñas células grises” hasta dar con el criminal, a través de un sistema fundamentado en el método y el orden, ese orden exasperante en el personaje incluso para colocar con su sentido de la simetría los huevos duros en el plato durante un almuerzo.

Poirot, a quien afecta tremendamente la maldad del ser humano. Un personaje le dice en “El templete...”: “Hay que aprender a olvidar. Hay que cortar las ramas secas”. La autora hace que Poirot se marche en su vejez a vivir en el campo, porque supone que no habrá tanta maldad entre praderas verdes. Pero también allí se topó con el asesinato. Y murió, muy mayor, resolviendo desde su lecho un crimen. Inmensa Agatha Christie. “Palabra de Hercules Poirot”.

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