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En Linares, durante algunos años fui vecino de un hombre bastante mayor que entre las nueve de la mañana y la una de la tarde gritaba mucho. No solo se trataba del volumen: su discurso solía estar repleto de insultos y profería amenazas a cada rato. La destinataria era una chica que venía a cuidar a su mujer y que no cesaba que pedirle que se calmara y le permitiera realizar su trabajo. La historia...
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