Usted perdone

    27 nov 2025 / 08:27 H.
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    El perdón es una de las actitudes humanas más entrañables, pues pretende liberarse y olvidar lo más negativo de nuestra experiencia, cargada, a veces, de odio y de rabia hacia los que nos han ofendido y aprovechado. Eso no supone olvidar o justificar lo perjudicial, pero sí ayudar a superar los malos recuerdos y encontrar la paz interior, mejorando la convivencia. Un viejo proverbio nos asegura que el tiempo lo cura todo, y algo de eso hay a lo largo de nuestra existencia. No se puede guardar en el baúl de las desgracias lo que ocurrió hace un siglo o miles de años. Si esto fuera así podemos figurarnos a los italianos pidiendo perdón por haberse apoderado sus antepasados, hace dos mil años, de todas las tierras del contorno del Mediterráneo, para crear el poderoso Imperio Romano; o, quizás, a los británicos por el suyo; o, acaso, a la Iglesia, por la Inquisición; o a los españoles por la conquista y colonización de América; o, tal vez, a los aztecas por liquidar a los tlaxcaltecas; o a los belgas por someter a los congoleses; o, mejor, a los japoneses por someter a los filipinos; o a los árabes por acabar con los bizantinos; o, también, a los portugueses por lo de Brasil o África; o a los eslavos empujando hacia el oeste a los germanos; o, tal vez, a los norteamericanos barriendo del mapa las tribus indias; o a los incas con los chancass; o, en fin, a los hindúes con los paquistaníes... Y así podríamos contar y no acabar. El perdón, por su propia naturaleza, debe pedirse en su momento, cuando los hechos no estén cubiertos y aterrados por el polvo del tiempo y de los viejos legajos. A tal distancia son, solamente, páginas del pasado, que unas veces nos gusta más y otras menos. La Historia, maestra de la vida, es el vademécum donde consultar, donde aprender, donde acudir para no tropezar en las mismas piedras. No nos podemos culpar de la expulsión de los judíos en el siglo XV, ni de la pérdida de España por la relajación del reino visigodo. No somos culpables de los yerros de nuestros antepasados. Los peores enemigos del perdón son la mentira y el revanchismo, porque deforman el noble cometido de la reivindicación. Por todo ello, usted perdone, amigo lector, por estas líneas paridas en una larga hora de insomnio.

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