Una nueva campaña
Estamos a finales de septiembre y la lluvia que tan necesaria es para el crecimiento y la maduración de la aceituna todavía no ha llegado a los campos de olivos. Esto quiere decir que la cosecha mermará mucho respecto a las previsiones oficiales que se hicieron después de la cuaja. La sequía y el calor extremo que padecemos será la causa de ese descenso de cosecha que afectará sobre todo a la provincia de Jaén donde no ha caído una gota de agua desde finales de mayo y hemos soportado temperaturas máximas superiores a 40 grados durante muchos días seguidos. Mal presagio para nuestra tierra que este otoño comience con las chicharras estridulando todavía en los campos agostados donde los olivos sedientos sólo muestran hojas grises y aceitunas arrugadas antes de comenzar el envero. A pesar de todo, los agricultores resignados continúan con su callada labor, acabando de quitar las últimas pestugas, limpiando los chupones, preparando los suelos para la recogida y esperando que cambie el tiempo y lleguen nubes que traigan abundante agua para dar un respiro a las olivas y poner algo de remedio a este anunciado desastre.
Pasan los días, continúa la sequía y pronto va a comenzar la campaña con la recogida de aceituna todavía verde y alguna que otra pintona para obtener los aceites tempranos que, de un tiempo a esta parte, son los favoritos de una nueva generación de consumidores aficionados a esos sabores intensos y afrutados. Los tiempos y las costumbres cambian a marchas forzadas, y sigue vigente que ‘hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad’ y así resulta que el zumo de aceituna sin madurar es una joya de la gastronomía que no habíamos descubierto antaño. Hay que comprender que ese aceite nuevo de mediados de octubre de calidad reconocida gracias a los nuevos sibaritas es el único que se vende a unos precios que resultan rentables, porque las demás calidades cotizan en el sistema de referencia (Poolred) a precios que no llegan a compensar los gastos de producción. Y ahí está el quid de la cuestión, porque si la cosecha es abundante baja el precio de una manera escandalosa, si es normal apenas se cubren gastos y si es escasa sube el precio hasta niveles de rentabilidad, pero se resiente la demanda. El mercado del aceite sufre la paradoja del uróboro, de la que por ahora no hay manera de escapar.
Todas las organizaciones que conforman el sector influyen en la formación del precio de venta al consumidor en base a los costes reales que cada uno de ellos soporta y los márgenes que aplica. Debería revisarse en profundidad la cadena de distribución y comercialización para evitar prácticas especulativas e incluso las campañas de ofertas a bajo precio como señuelo para incrementar la venta de otro tipo de productos en supermercados. Hay mucho que mejorar en ese aspecto del problema. Además, la mayor parte de los productores deberían examinar su cuenta de resultados y preguntarse cuánto le cuesta a cada uno de ellos poner en bodega un kilo de aceite y luego obrar en consecuencia. Pero para salir de la situación de la serpiente que se muerde la cola tendrían que darse una serie de factores que por ahora tal como está el mercado son pura fantasía.
En primer lugar, habría que establecer unos precios medios de producción para cada tipo de explotación y calidad, teniendo en cuenta los factores que inciden directamente en la producción. Tomando una hectárea como marco de referencia y los posibles tipos de explotación de olivar (tradicional en secano o regadío, intensivo, súper intensivo) hay que calcular los costes directos, como son los fertilizantes, la mano de obra, poda, el riego si se utiliza, tratamientos, recolección y otras labores. Además, hay que tener en cuenta el rendimiento medio en kilos de aceituna y su rendimiento en aceite. Hay que contabilizar los gastos fijos de explotación, como maquinaria, impuestos y demás gabelas tales como el escandallo que aplican las almazaras. Y por último aplicar la Ley de la Cadena Alimentaria, que establece que ningún operador (ya sea productor, distribuidor o comercializador) puede vender productos agroalimentarios a un precio inferior al coste efectivo de producción. A fecha de hoy quizás se está vendiendo por debajo de ese precio.