Una buena capa

Una buena capa, todo lo tapa”, dice un viejo refrán. O sea, que se pueden encubrir muchas faltas con una buena apariencia. El otro día escuché a una buena moza que vociferaba, sin violencia ni desabrimiento, asida a una bandeja y en el púlpito de un mostrador. Decía algo así: “A mí me importa poco lo que está pasando. Yo, con tener una buena paga... Y que me la suban de vez en cuando.” A frase tan lapidaria y brillante siguió una enorme carcajada de la oradora, coreada y compartida por el auditorio.

Pasable y algo triste sería la opción, si no fuera porque el porcentaje de los que opinan igual sobrepasa ya lo impensable. La insensatez y la falta de compromiso se están adueñando de los terrícolas. Nos da igual lo que dicen estos o los otros, los de arriba o los de abajo, los de allí o los de acá... Se desconoce la historia, los límites territoriales, los símbolos... La experiencia secular se ha reducido a la de unas horas, de hoy para mañana. La ignorancia campea a sus anchas por nuestras sociedades, ostentándose como lema “Me da igual ocho que ochenta”. El futuro se reduce a lo inmediato, a vivir al día. Lo más importante es el dinero, el bienestar, y la salud, claro está. Así se predica, se divulga, se ofrece... Y todo con una utilería cimentada en las apariencias, que dejan al descubierto una escena teatral sin argumento. El que esto escribe no es un retrógrado. Quede claro. Es normal y deseable aspirar a ese bienestar pregonado por nuestra dama y aprendido y propagado en los foros al uso, pero no todo puede reducirse a esa actitud egoísta, basada en lo material y personal. De inmediato me pregunté si la señora tenía familia... Me parecía sola, sin objetivos que desear o cumplir. Acaso había sido o era una víctima más de lo que llaman ahora desestructuración. O mejor, quizás, una forma teatral y errónea de suponer progresismo, para ocultarse bajo la capa de las apariencias.

A lo mejor hay que añadir al refranero otra versión del histórico proverbio y decir “Una buena paga todo lo tapa”.