Una adivinanza

14 oct 2019 / 10:29 H.

Fundamentan sus discursos en la crítica, aunque de ellos se esperen ideas. No temen desdecirse ni mentir, lo prefieren o creen que les sale más a cuenta que unas décimas de honestidad. Entran por una puerta y salen por otra que rara vez coincide con su realidad anterior. Soñaban con cambiar el mundo y un cargo les despertó. Tienden a estrujar al máximo la tragedia cuando apuntan hacia arriba y a relativizar hasta el tuétano los dramas cuando les toca mirar hacia abajo. Gritan que son la voz del pueblo con las palmas de las manos sobre sus orejas. ¿Al adversario?, ni agua, a pesar de que ello provoque la sequía de la población. Les importa más la meta que el método; unas promesas pueriles, propias de una panda de chaveas en unos columpios, más que la adecuación de las aulas donde estudian esos críos que se balancean en los columpios. Tienen hambre de poder y, luego, por lo general, si te he visto no me acuerdo. Y juran o prometen con la alegría de saber que nosotros, sus valedores, dependiendo de la formación a la que pertenezcan, siempre se lo perdonamos todo, como al Betis.