Torero, torero

    03 mar 2024 / 09:57 H.
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    En todos los pueblos andaluces hay un tonto o un loco o las dos cosas a la vez, que todos los años se pone delante de un toro imaginario, invisible, pero que sirve a las nobles intenciones del loco y a las menos nobles de un público real, que se mofa, se burla y se ríe, de las andanzas toreriles de nuestro loco o tonto. Durante muchos años, y en muchos pueblos, volví a ver a muchos de estos valientes que se exponen a las astas, a las risas, a las burlas, a los desprecios, a las cornadas en fin, de las gentes. Pero la primera vez que lo vi fue en Segura de la Sierra, donde la afición a lo taurino se da la mano con las crianzas de bueyes para el transporte de las maderas, y bastante más atrás en aquellos tiempos en que los dioses reclamaban a los humanos lo mejor de sí mismos y los humanos respondían sacrificándoles un toro, o dos o cien en pura hecatombe. Ocurrió así: Cuando la tierra está ya preparada, alisada, limpia de piedras y basuras, en ese momento en que espera a ser pisoteada sólo por unos pocos privilegiados, en ese instante silencioso que precede a cualquier ritual de muerte, aparecía en el centro de la Plaza de Toros de Segura de la Sierra él mismo loco de todos los años. De manera súbita, sorprendente, inesperada. Entonces los colores pequeños que borraban el verdor de las faldas del castillo, comenzaban a agitarse moviéndose, y moviendo pañuelos blancos rompían el sagrado silencio, vitoreando al recién llegado a la plaza.

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