Tierra a la vista

29 jun 2020 / 17:13 H.
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Mis tonterías vienen de lejos: ya con doce años le dije a una niña que el amor se había inventado para que dos personas tuvieran siempre donde agarrarse. Ahora sé que el amor no es un asidero, y que no comprende solo a dos y, sobre todo, que no se trata de ningún invento. Evolucionamos: a la par que se nos encorva la espalda, perdemos pelo y ganamos grasa, nuestro cerebro cambia, se transforma debido a la experiencia, las lecturas y el trueque con otros cerebros; y por ello me alegra no haber optado por cortarme las venas, al descubrir el reduccionismo que manejaba en la infancia. Con la historia y los personajes que la conforman ocurre igual: de las cenizas de aquellos fuegos nos servimos para hacer más camino, y si dinamitamos cualquier trayecto anterior lo único que conseguimos es derribar puentes y sembrar precipicios. Despotricar sobre la figura de Cervantes o rematar a Cristóbal Colón, a estas alturas, se antojan unas tareas aún más absurdas que inventar el amor: nadie, que merezca voz y voto, celebra conquista alguna, ni la masacre de pueblos indígenas o la esclavitud; después de tantos siglos, se festeja, acaso, el lazo que supuso alcanzar aquella orilla y la convivencia y el trasiego de hermosas emociones que ello ha supuesto. No seamos lerdos.

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