Tarde para la esperanza

19 sep 2025 / 08:27 H.
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Hay momentos en que no apetece nada escribir. Resulta un verdadero suplicio sentarse frente a la pantalla y sacar adelante algo digno para ustedes. El trabajo de un profesor en el inicio de curso se amontona sobre la mesa. Recuerdo siempre estos días de septiembre con el olor a nuevo de los libros, el plástico del forro, mi madre ensimismada en la construcción de esas fichas donde luego iría registrando la evolución de sus alumnos. Algo de aquella meticulosa tarea tomé en herencia, aunque sin el valor que adquiría su ritual preparatorio, pues no existían entonces los ordenadores para trazar aquel ambicioso itinerario competencial de la profesión que amó hasta el final. Pero regreso de esa ensoñación infantil frente a la pantalla y ahí mi desgana, con la página en blanco todavía, a esta hora de la tarde. Las primeras persianas echan el cierre al fondo de la calle. Hay momentos en que no apetece nada escribir y sin embargo la cabeza bulle con demasiada inquina y se nutre de los argumentarios que echan a la red como pienso para que las reses acudan a afilar el instinto de sus embestidas. Me aburre. Me aburre soberanamente tener que explicar lo que no precisa explicación. Todas las mañanas paso lista y empiezo nombrando a cinco de los 18.000 niños asesinados por el ejército de Israel. Algunos dirán que a lo mejor no existen, que se trata de una lista falsa. Propaganda terrorista. No lo sé. Hace dos días me entró por el teléfono la foto de unos soldados sentados en tono de burla sobre un correpasillos de un niño pequeño al que acabarían de ajusticiar o, intento pensar, habría huido a tiempo de su casa. En otro vídeo aparecen otros militares comiendo en una mesa familiar en la que hubieran interrumpido el almuerzo. Abren sin impunidad la nevera mientras una mujer muerta de miedo es apuntada por un miembro del batallón. Los comensales originarios no están. Parece una de esas películas que todos hemos visto en las que se reproducía la humillación y el saqueo de la población judía en la Alemania del Führer. No puedo sacarme esas escenas reales de la cabeza. Imágenes que han dado la vuelta al mundo hasta llegar a mí.

Isabel Díaz Ayuso utiliza a las personas trans y LGTBI para justificar el genocidio. Su gabinete recortó en 2024 los derechos de estas personas en la misma ley que propuso y aprobó el propio Partido Popular en los años moderados de Cristina Cifuentes. Ignorancia o provocación. Aparece José María Aznar para soltar que lo de la Vuelta y de la gente que pedimos el cese inmediato de la violencia es cosa de la kale borroka. Sin despeinarse. Asevera que si Israel pierde “lo que está haciendo”, Occidente se pondría “al borde de una derrota total”. Lo que está haciendo. ¿Cuántos periodistas han sido asesinados? No importa. Ya vimos cómo reaccionó a lo de Couso. Él a lo suyo desde que también aseguró a los españoles sin despeinarse que Irak tenía armas de destrucción masiva. Leo que el embargo de armas del presidente Sánchez tiene que esperar. El domingo quiso ponerse la medalla de la desobediencia civil ante sus fieles. Por la tarde, sus antidisturbios daban estopa frente al Prado. ¿Ven? Vuelvo al bucle. Y al teléfono. No tengo ganas de escribir. Vuelvo a Thomas Mann: “La tolerancia es un crimen cuando lo que se tolera es la maldad”.

Hace unos días, el director de orquesta israelí Ilan Volkov, en la BBC Promises de Londres, detuvo su intervención y visiblemente nervioso expresó su dolor por la escalada “atroz” perpetrada por el gobierno de su país contra los palestinos y la situación de los rehenes, implorando la intervención de los demás países para “detener esta locura”. Alguien le increpó entre el público. “Déjeme terminar y después podrá maldecirme el resto de su vida”. Los folios le temblaban en la mano. Sabe que los poderes no consienten la firmeza moral de quien se sitúa del lado de los Derechos Humanos. Su voz temblorosa arranca mi escritura, pero me he quedado sin líneas. Y se hace tarde para la esperanza.



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