Suspiros musicales
No sé si se sigue haciendo, pero hace muchos años, a los adolescentes españoles, para enseñarnos a ser ciudadanos de bien y españoles de pro, nos ponían dos ejemplos de buen comportamiento. Uno el de las abejas y otro el de los músicos de una orquesta. El primero como modelo social de organización del trabajo y el segundo resaltando la necesidad de que cada uno de los instrumentos suene bien para que el resultante común suene mejor, buscando siempre los acordes y evitando los desafines bajo la batuta del director. Lo cierto es que la visión y la audición de los músicos en la orquesta nos ofrece muchas claves sobre la importancia de trabajar en buena armonía. Eso sí, siempre que tengan los instrumentos adecuados, que es por lo que están suspirando los alumnos y profesores del flamante Conservatorio Superior de Jaén.
Al papel que juega la enseñanza de la música quizás no le hayamos dado toda la importancia que tiene. No ya porque esta provincia sea una verdadera mina de talento musical —que lo es y a la vista está para quien lo quiera comprobar—, sino por lo que supone como complemento educativo para nuestros jóvenes. La música ha sido y es una escuela de valores, disciplina, constancia y compañerismo. Que los músicos tienen otro brillo en la mirada lo saben los padres que han acompañado a sus hijos en este camino. Especialmente los de aquellos que tuvieron que marcharse lejos para seguir aprendiendo. Su vocación y su capacidad para crear, interpretar, sentir y transmitir emociones parece darles una perspectiva especial para ver la vida, generando además “buen rollo” tanto en lo personal como en el entorno familiar y social.
Corría el año 1902 cuando, por una apuesta y en tan solo media hora, un músico jiennense escribió el que seguramente sea el más escuchado y “sentido” de los pasodobles, lo mismo dentro que fuera de las plazas de toros. A algunos les sonará también por ser la melodía que el conocido escritor y periodista Federico Jiménez Losantos utiliza todas las mañanas para su programa de radio. Lo que quizás ya no sepan muchos es que esa misma sintonía era la que sonaba en las Ondas de “La Pirenaica” —Radio España Independiente— antes de que la Pasionaria o Santiago Carrillo lanzasen sus proclamas antifranquistas desde el exilio. Y es que hasta en los tiempos en los que el enfrentamiento entre los españoles llegó al mayor de los extremos, había algunas piezas musicales que estaban por encima de discordias. Al revés, se cantaban por unos y por otros, con el mismo sentimiento y ya fuese dentro o fuera, cerca o lejos de España. Vamos, que si hay una pieza española que pudiese hacer las veces de himno a la concordia, esa podría ser la que el ilustre marteño, compositor, pianista y director de zarzuelas, Antonio Alvarez Alonso, interpretó por primera vez en el piano de la cafetería España, en la Calle Mayor de Cartagena. Y fue de vuelta a casa, al pararse en el escaparate de una confitería y observar los dulces de merengue y almendra que allí se mostraban, que llamaban suspiros, cuando se le ocurrió el título de su pasodoble: “Suspiros de España”. El Conservatorio Superior de Música “Andrés de Vandelvira” es ya una realidad. Toca ahora que la Junta de Andalucía remate bien la faena y complete la dotación instrumental. “Donde hay música no puede haber cosa mala”, decía Sancho Panza.