Señoritos, señores y behetrías

    29 may 2023 / 09:00 H.
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    Hoy, que las urnas tocan a rebato, quisiera yo emplear unos minutos de mi tiempo y de mis letras en diferenciar entre señoritos de usar y tirar, señores de reverenciar y maneras de distinguirlos desde lejos. Lo de las behetrías viene en el lote. Es nuestro privilegio de poder elegir entre señorío y señoritismo. O séase: hablo de democracia. Me atreveré con una primera definición: señores son quienes empeñan su vida y hacienda en la excelencia de servir a los que de ellos dependen. Por el contrario, los señoritos buscan cualquier ranura por la que ordeñar a los que de ellos dependen, con tan escaso talento que no se advierten que las ubres de la tierra son lo que son, llegan hasta donde llegan, y o alimentan a toda la camada o los más débiles se mueren de hambre mientras los mamones adquieren una balumba tal que les impide enterrar a sus propios muertos antes de que los gusarapos de la miseria los infecten también a ellos.

    La democracia es algo semejante: cucharada y paso atrás. O aquí todos meten cuchara en sartén o se ajusticia la sartén y no queda para nadie. Ya ven que lo de la democracia tiene sus puntos flacos. Uno de ellos es el de confundir a las criaturas trivializando el concepto “señor”, sin apercibirnos de que el riesgo es “profesionalizar” el señoritismo hereditario de tal forma que cualquiera con un poco de astucia y un mucho de ínfulas pavorealistas aprende en un pispas a mover la bolita en plan trilero, y a sacarle los higadillos a sus palmeros antes de que los angélicos se aperciban.

    Una vez doctorados en señoritismo, los nuevos señoritos se entregan al ejercicio de su graduación con una tenacidad que no les permite un minuto de tiempo para aprender los rudimentos del señorío. Tampoco es que a sus nuevos siervos les quede margen para pensar en un “pero-qué-hemos-hecho”, porque no dan abasto para proveer las demandas de sus vocingleros señoritos. Mejor será pues que averigüemos los síntomas de semejante profesionalización.

    Se caracteriza el señoritismo por una enfermiza pátina de “tú-vete-p’allá”, y unas maneras brilli-brilli tipo papel-platilla, que pudieran reducirse a una frase con potente carga de exclusión: “tú no eres de los nuestros”. En la penuria de sus mentes, lo que los ejercientes del señoritismo entienden por “los nuestros” deben ir perfectamente uniformados, tanto por dentro como por fuera, para reconocerse entre ellos; pero, sobre todo, para que “los otros” no se confundan ni los confundan con uno más y acaben tuteándolos. Los señoritos visten de determinada forma, usan idéntica palabrería, odian a muerte al oponente y desnudan las vergüenzas ajenas en plan lavadero público señalando sin pudor las sábanas ajenas, percudidas la noche anterior, mientras ocultan con descaro las zurrapas de sus gayumbos.

    Ya puestos, a la primera de cambio, y a la más vieja usanza, montan un expediente de limpieza de sangre de “anda-que-tú”, y acaban segregando parcelas en el campo de todos con concertina y cartel de “propiedad-privada”. Es entonces cuando truenan las trompetas apocalípticas de “la-democracia-es-mía-porque-me-la-inventé-yo” y, de un sostrazo, nos saquean a las bravas la libertad de votar a quienes tengamos por conveniente, y hasta de cambiarnos de acera tras descubrirles los hitajos a transeúntes tan advenedizos. Ahí entran en juego lo de las behetrías, esa vieja institución por la que, reconociendo a un mismo tiempo la soberanía popular y la necesidad de un conductor arbitral de voluntades dispersas, se reconocía a un determinado territorio la facultad de elegir a su señor.

    ¿Ven? La democracia hace mucho que estaba inventada. Y si no, que se lo pregunten a aquellos aragoneses que osaban tomar juramento a sus reyes con el aviso de un no colgado sobre sus cabezas cual espada de Damocles: “Nos, que somos y valemos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos Principal, Rey y Señor entre los iguales, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades. Y si no, no”. Pues eso, señores urnerosos: que si no, ¡no!

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