Sánchez en el laberinto

06 jul 2025 / 08:55 H.
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La filósofa Victoria Camps recuerda en un artículo que la socialdemocracia nació con el objetivo de corregir los desmanes del capitalismo con métodos democráticos. Por eso, los casos de corrupción en el PSOE resultan devastadores en la moral de los militantes y votantes del partido, porque consciente o inconscientemente se suponen en un ámbito de superioridad moral respecto a la derecha. Y esa corrupción mina seriamente el modelo electoral establecido desde la Transición, que se fundamenta en el bipartidismo. La corrupción hiere a unos y otros. Hay quien considera que el PP está incapacitado para suceder a los socialistas en el Gobierno, porque a esa organización la sacó del poder en 2018 una moción de censura por una sentencia del “caso Gürtel” por financiación irregular de los populares. Establecido así el tablero político, Pedro Sánchez se ofrece una y otra vez a sí mismo como garantía del orden, de la democracia, y como dique de contención para evitar que la ultraderecha que representa Vox pueda acceder o influir decisivamente en el Ejecutivo que saliera de unas futuras urnas. Pero Pedro Sánchez hace ejercicios para equilibristas cada vez con mayor dificultad sobre el abismo político. Aparentemente todo lo tiene en contra, pero de nuevo ha activado su manual de resistencia, hasta ahora infalible en momentos críticos. Incluso Felipe González ha saltado al ruedo con un extraño acento latinoché, como de dirigente de país sudamericano, tan lejano a ese habla sevillaní que cautivó al personal en tiempos del “OTAN, de entrada no”. González lideró el PSOE infrarrojo en los tiempos en que Julio Anguita exclamaba eso de “el PSOE y el PP son lo mismo” en aquellos emocionales mítines bajo un cielo rojo a la hora del crepúsculo en las afueras de Córdoba. Felipe González le dijo al periodista Carlos Alsina que no votará al PSOE si sigue Sánchez, una vez la Ley de Amnistía ha obtenido el visto bueno del Tribunal Constitucional. “Voy a votar en blanco”, expresó González con toda seguridad en una versión macarena del psocialismo infrarrojo. Y habló con un gesto premeditadamente ingenuo que pretendía expresar: “En mis tiempos no pasaba esto”.

Pero Pedro Sánchez es un hombre valiente como el Capitán Alatriste —que vuelve en septiembre en una nueva novela de Arturo Pérez Reverte—. De modo que Sánchez se ha enfrentado a Donald Trump, en una estrategia política que quizás sea para sofocar el ruido político doméstico, pero que indudablemente exige valor y resulta necesaria para el país ante la absurda obligación de incrementar hasta el 5% el gasto en Defensa. Así lo exige Trump a los países de la OTAN, mayormente para que compren armamento a Estados Unidos. Lo ha escrito Antonio Muñoz Molina: “Trump no es Hitler ni Mussolini, aunque no creo que en este momento sea mucho menos peligroso para el mundo”. Y ahí quedó el presidente español, apartado, en una esquina, señalado por el dedo inquisidor que apunta de manera inmisericorde a los disidentes, en la foto de familia de presidentes —alguno abiertamente adulador de Trump— en la reunión de familia de la reciente cumbre de la OTAN. Sánchez tratará de reconducir la situación política interna en el Comité Federal socialista que se celebra hoy en Madrid, con unos dirigentes aniquilados por el “caso Cerdán”.

Pedro Sánchez está en su laberinto. Porque Robespierre nos enseñó que el fundamento único de la sociedad civil es la moral. Y algún dirigente socialista en lugar de leer a Robespierre, le han leído sus derechos en Soto del Real.

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