Por el olivar tradicional

25 jul 2020 / 12:32 H.
Ver comentarios

Quien piense que la solución de la economía del olivar jiennense pasa por adaptar los costes de producción a los precios actuales transformando los olivares tradicionales en explotaciones superintensivas, verdaderamente, es un pirómano de la economía de nuestra provincia y de la ecología de nuestro entorno. Que el precio del aceite de oliva esté por debajo de los costes de producción se debe a muchos factores, pero no a que nuestros costes sean elevados. Que el consumo del aceite siga estancado, incluso a la baja, influye. Que la producción se haya incrementado en la última década y que el enlace de campaña amenace el almacenamiento, también ha generado pánico y con ello el hundimiento. Que el sector de distribución esté controlado por unos pocos y convincentes operadores y, que los productores se caractericen por una fuerte atomización, a pesar de la concentración, acelera el traspase de beneficio del que labra sumisamente la tierra al que opera con arrogancia los mercados. Que el exceso de producción sea la táctica que dinamite el mercado y hunda los precios en origen, genera la controversia de pedir que llueva lo justo, que si hay poco malo, que si hay mucho, peor. Que, por la elasticidad de la demanda, el precio en el lineal apenas se rebaje un 20%, cuando al productor le cae un 80% genera en este incomprensión y frustración. Que en la estantería de un supermercado un consumidor lea en una botella “aceite puro de oliva sabor intenso” y piense que es un producto gourmet cuando la realidad es que procesos químicos lo han hecho comestible, invita a tirarla al suelo. Me refiero a la aceituna. Que en la industria de la confitería, snacks y comida preparada se utilicen millones de toneladas de aceite de palma a nivel mundial, cuando esta grasa es perjudicial para la salud por tener ácidos grasos saturados, pero es, simplemente barata, nos demuestra que el mercado gana a base de ignorantes consumidores, que cantan leche, cacao, avellanas y azúcar, obviando el principal y pernicioso ingrediente importado por empresas certificadas en alimentación mediterránea. Que cualquier joven de nuestro país consuma más aceite de palma que de oliva, mosquea, sobre todo, si este es hijo de un productor oleícola que lucha por que sus hijos tengan futuro en Jaén. Que con la que está cayendo se ensanchen las tuberías que traen dinero de Europa para salvar cinco mil puestos de la industria catalana del automóvil de combustión, si, ese que contamina y que le quedan dos décadas, y que se dejen morir sesenta mil empleos y seiscientos mil residentes en núcleos rurales porque dicen que producimos caro un producto saludable, nos cuestiona la disciplina y la mascarilla perpetua. Que esta semana hayan reducido las ayudas de la PAC y nos digan que las negociaciones han sido excelentes, asombra. Que nadie va a poner el grito en el cielo y decir claramente que no podemos arrancar los olivos de más de mil años y cambiarlos por setos, que este bosque está frenando la desertización del sur de Europa y fija el dióxido de carbono de la industria petulante y pudiente. Que lo que hace falta es duplicar la inversión en promoción y dejar de engañar al consumidor, que el aceite refinado de oliva puede sustituir al de palma en la bollería y el virgen cotizar al alza en la mesa. Que no hace falta subvencionar la gallina mientras la despluman, que lo que hay que hacer es enseñarle a volar, y a piar.

Articulistas