Ponme otra, anda

    17 ene 2022 / 17:04 H.
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    La última vez que entré a La Codorniz fue para probarme un sombrero. Era la mar de bonito, de color beige y confeccionado con esa clase de tejidos que admiten un buen chaparrón sin sufrir daños. No me lo compré porque costaba como cincuenta o sesenta euros —no recuerdo con exactitud— y entonces, por la razón que sea —tampoco la recuerdo—, no me venía bien gastarme cincuenta o sesenta euros en un sombrero. “Otro día”, me dije, “a la próxima que vuelva a Linares” —me dije también—. ¡Joder, otro día! No tiene ningún sentido ni ninguna lógica esperar otro día. Porque otro día es nunca; mañana es nunca. Al menos, en lo referente a comprar un bonito sombrero o a ser y sentirse partícipe de algo hermoso con la gente que uno quiere. La responsabilidad, la planificación y, sobre todo, un orden de prioridades enfocado a cumplir con quienes nos pagan, por encima de aquellos que nos ayudan a vivir en la aceptación más amplia y clara de la palabra, nos están resquebrajando; y lo más plenoso es que lo hacemos a cambio de un coche más grande que el anterior, con el que no viajamos tanto como nos gustaría; y por una casa más grande que la anterior, en la que no pasamos tanto tiempo como nos gustaría, por las obligaciones que conlleva abonar las letras del maldito coche y de la maldita casa ¿Qué sentido y lógica tiene el asunto? Dime, por favor, ¿qué sentido y lógica tiene? ¿Otro día? ¡A la mierda otro día! Ponte otra, anda.

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