Perdedores de América
Le comento a un conocido de conversaciones esporádicas en un bar que he visto “American Buffalo”, de David Mamet. “Hombre, una obra de arte y ensayo”, exclama. Se trata de un entendido en política internacional y en el Athletic Club, pero desatiende otras cuestiones. Aunque, efectivamente, David Mamet (Chicago, 1947) es un autor que a finales en los 70 fue apreciado y representado en los colegios mayores madrileños por grupos aficionados de teatro. Arte y ensayo. Y recuerdo hacia 1980 al crítico teatral Ángel Fernández Santos que, antes de un Consejo de Redacción de la revista de teatro ‘Pipirijaina’, golpeó la mesa con un libro y exclamó: “Hay que leer a los norteamericanos, lo mejor ahora está allí”. David Mamet es poco representado ahora en España, donde se impone un teatro de perfil poético, que está bien, pero de tan reiterado, cansa. Mamet practicó el realismo sucio sin llegar a algunos radicalismos del realismo sucio, y menos a los extremos de Bukowski. Hizo un teatro cinematográfico (de hecho es también un reconocido y premiado director de cine). “American Buffalo”, obra dura e inquietante, se estrenó en 1975, sobre tres parias de la tierra que en una tienda de segunda mano, entre baratijas, planean dar un golpe para recuperar una antigua moneda de cinco centavos que creen valiosísima. Pero lo hacen, sobre todo, para vengar su condición de perdedores. El espectáculo es palabra y actor. Con unos diálogos directos, sin que el autor busque frases brillantes, sino la palabra exacta que contribuya a moldear la atmósfera de la obra, porque resulta tan importante lo que se dice como lo que no se dice, dado que la tensión creada por esos diálogos recorre el subsuelo del espectáculo en constante crecimiento. Al discurrir eficaz de la tensión dramática contribuye el director, Ignasi Vidal, un consumado experto en retratar de manera sensacional los ángulos oscuros de la vida, como demostró en la conmovedora “El plan”, solo que allí el protagonista no era americano, sino de Villacarrillo.
Y gusta ver teatro como se hacía en 1975 (el buen teatro, claro), hace exactamente 50 años, cuando se estrenó “American Buffalo”. No hay motivos para actualizar sistemáticamente los montajes. El teatro no es un telediario. Tiene su época. Su ubicación. Y los tres personajes de “American Buffalo” están tocados por la inmortalidad desde esa grandeza de supervivientes que hay en el fondo de sus vidas mediocres. Necesitan la proximidad de sus frías compañías. “En esta vida no tenemos amigos, cada uno va a lo suyo”, dice uno. O: “Esa zorra, esa asquerosa, que no tiene un gramo de lealtad en el cuerpo”. El dramaturgo Borja Ortiz de Gondra (inolvidable su obra “Los Gondra”) ha traducido el texto de David Mamet sin más, sin realizar ningún tipo de dramaturgia. De modo que sobre las tablas del madrileño Teatro Fernán Gómez se ve a David Mamet en estado puro. Y a tres actores que cuajan una interpretación sublime, que pasa de lo feroz a lo tierno, de la gallardía al miedo, muy chulitos en ocasiones pero azotadísimos por la vida. Son Israel Elejalde, David Lorente y Roberto Hoyo. Encarnan, decíamos, a unas personas arrinconadas por la sociedad: “¿Alguna novedad? —Ninguna— La misma mierda de siempre”. Ellos envidian la casa elegante del vecino adinerado, con esa mujer que monta en bicicleta “con ese culito y ese escote”. El fin del sueño americano, sí. Y al salir de la función vuelvo a sentir la nostalgia de que ya no se hace teatro así. Grande David Mamet. Gran teatro.