Pasear por Jaén
No me mueve el ánimo del fanatismo, tan en boga en los lares de nuestro entorno, pues mirarse con insistencia en el ombligo propio produce demasiadas ensoñaciones que se alejan de la realidad. Darse un garbeo por estas calles jaeneras tan antiguas como las estrellas, me levanta el buen humor, que a veces se convierte en vinagre por la clase política. De niño jugaba a las damas en los bancos de los Capuchinos, un viejo convento que había en lo que es el Auditorio de la Alameda. Otear el horizonte desde esta atalaya es una delicia impagable, solo asequible a los que aún creemos en la poesía, pues poético es pasear sin consultar al reloj de la muñeca por estas calles añosas en las que todavía se puede admirar el maceterío colgante de los balcones, ahora que las primeras flores de primavera quieren ser reinas por unos días. Al fondo y en lontananza está Jabalcuz, el patriarca pétreo de este Jaén que hoy quiero bastante, pero menos que mañana. La brisa de la Alameda, que la hizo tan popular nuestro inolvidable Vica, me acaricia el rostro y amortigua los incipientes calores que están llamando a la puerta sin haber solicitado su ardiente presencia. Te invito a través de esta columna de opinión a que dejes la vida muelle, pues los niveles del colesterol son fatales consejeros. Acostúmbrate a pasear por Jaén, una praxis saludable y emocional.