Paradojas económicas
Una paradoja es “un hecho o dicho que parece contrario a la lógica”, aunque según la Real Academia Española también puede definirse como “una figura de pensamiento que emplea expresiones o frases contradictorias”. En definitiva, una paradoja es algo que parece absurdo o incoherente a primera vista, pero que podría ser cierto o tener sentido tras una reflexión más profunda. Descendiendo al ámbito económico, las paradojas de tal naturaleza son “conceptos que tienen un determinado significado, pero que de hecho pueden tener otro”. Son muchas las paradojas económicas de las que se han ocupado las diferentes escuelas de pensamiento. Seleccionaré algunas de ellas.
Una de las más populares es la paradoja del valor o “paradoja del agua y los diamantes”, según la cual los diamantes son más caros que el agua, a pesar de que el líquido elemento es más útil y, además, vital para la subsistencia humana. Históricamente, desde Platón a Copérnico, Locke y Jhon Law, entre otros, habían tratado de explicar la disparidad entre el valor del agua y los diamantes. No obstante, fue Adam Smith el que alumbró la teoría clásica del valor-trabajo, mediante la que distinguió entre valor de uso y valor de cambio. Resumiendo, Smith niega la existencia de una relación inapelable entre precio y utilidad. Según su tesis, el precio está relacionado con un factor de producción —el trabajo— y no con la utilidad del bien para el consumidor. En definitiva, “es de necios confundir valor y precio” (Antonio Machado).
Otra muy conocida es la “paradoja del ahorro, de la austeridad o de la frugalidad”. Según la misma, si en una crisis/recesión económica todos los habitantes tratan de ahorrar más, es decir, dedicar al ahorro un porcentaje mayor de sus ingresos, entonces la demanda caerá, la producción disminuirá y el ahorro total será igual o menor. La paradoja se explica por el hecho de que la demanda agregada es igual al consumo privado, más la inversión, el gasto público y el saldo exterior (exportaciones menos importaciones). De tal manera que, si la renta de los individuos se reparte entre el consumo y el ahorro, cuanto más se ahorre, menos se consume y, consiguientemente, más disminuirá la demanda agregada y la renta del país. Corolario: ante una crisis, en términos keynesianos, se ha de aumentar el consumo y no el ahorro, al objeto de reactivar la economía.
También la literatura económica se ha ocupado de la paradoja de la maldición de los recursos, según la cual los recursos naturales pueden ser más una maldición que una bendición económica. Esta paradoja se enunció por primera vez por Richard Auty en 1993 al describir cómo los países ricos en recursos naturales no podían utilizar esa riqueza para impulsar sus economías y cómo, en contra de toda lógica, esos países tenían un crecimiento inferior que otros sin esa abundancia de recursos. Pensemos en Argentina con sus inagotables reservas de cereales y ganadería, en Venezuela y sus recursos petrolíferos o en Ucrania. Ciertamente, los países árabes productores de petróleo son una excepción.
El dilema del buen samaritano viene a trasladar la idea de que, paradójicamente, la limosna reduce el incentivo de las personas a ayudarse a sí mismas. Desde el Islán, en el que dar limosna a los necesitados es uno de los cinco pilares básicos de su religión, hasta el catolicismo en el que la ayuda a los desheredados es uno de los preceptos básicos del buen cristiano, todas las religiones, con mayor o menor énfasis, sostienen esta práctica. La paradoja se resuelve en la propia religión: “Es mejor enseñar a pescar que regalar el pescado”, diría Jesucristo, según los Evangelios. Pues bien, esta paradoja lo que viene a plantear es si las limosnas pueden convertir a las personas en seres perezosos, sin que se esfuercen para buscar su propio sustento. Aprovechando que “el Pisuerga pasa por Valladolid”, les diré que los sistemas de ayuda al desempleo, el Ingreso Mínimo Vital y demás subvenciones vigentes en España, no deben convertirse en un desincentivo a la búsqueda de empleo y mantener unos niveles de paro absolutamente irreales en nuestro país.