Olor a imprenta

    10 jul 2025 / 08:59 H.
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    Los que nos criamos entre tipos de letra, guillotinas, chibaletes, componedores, rodillos, regletas, espátulas, resmas y minervas, tenemos incrustado un olor característico a imprenta, que nos transporta a aquellos tiempos del trabajo manual, en donde nacían nuestras revistas locales, programillas de mano y aquellos otros trabajos más arduos de facturas y contratos, de tarjetas e invitaciones de boda, de recordatorios, cartas y sobres. Creo que el
    olor era una mezcla de tinta de imprenta y gasolina, y supongo que con un añadido de plomo y antimonio, que, ojo, era muy peligroso, porque podías enfermar del cólico saturnino.

    Ahora no huelen las imprentas, o, mejor, no huelen igual. Y no es cuestión de higiene, que en ambos casos los cajistas e impresores, maquinistas e informáticos, ya fuera del trabajo, podían, pueden, presumir de la limpieza de sus manos. Junto al olor campeaba el saber estar. Era normal la música de fondo o el coro de los mismos trabajadores entonando zarzuelas o canciones de actualidad. El trabajo, en general, era alegría y convivencia. Se gastaban bromas y se tomaba café con algún que otro visitante.

    Era espectacular la destreza en componer, o en distribuir los tipos. Había un proceso, un ceremonial, hasta concluir un molde, un trabajo... A veces, pocas, se caía al suelo lo hecho y había que montarlo de nuevo. A aquel desaguisado se le llamaba pastel, que, por cierto, no era, precisamente, dulce. Las imprentas fueron, durante siglos, talleres de cultura. En nuestras poblaciones estas pequeñas industrias eran fábricas, casi caseras, de las publicaciones locales. En la época veraniega se acumulaban los trabajos, al coincidir, casi siempre, con las festividades patronales, ferias, y otras diversiones y atracciones. Los cajistas tenían que estar preparados, no sólo para la composición sino para la corrección gramatical y ortográfica. El resultado del trabajo, casi siempre, fue ejemplar, porque chorreaba creatividad, belleza, pulcritud, atracción...

    Con lo escrito, no intento menoscabar lo que se hace en la actualidad en las poderosas empresas de las artes gráficas. Se trabaja muy bien, impecablemente, pero... no huelen a imprenta. Lo dice uno que fue un “honrado cajista”, como el célebre Julián de “La verbena de la Paloma”.

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